Present and future tense

domingo, octubre 31, 2004



Los días sin Mariano

viernes, octubre 29, 2004

No sé sí alguna vez alcancé a contarles la historia de mis días sin Mariano. Algunos — como hoy —, fueron un misterio y un sentimiento hondo disparatado con mi pretensión de revivirlos. Mariano no era un hombre para mí; no era hombre para que yo — ni nadie— cayera en el tormento. Quizás una esposa bien adiestrada, todavía díscola por insatisfacción y muy apegada a la buena vida. 0 una amiga lejana y algo maltrecha como los recuerdos de colegio, demasiado torpes para ser ingeniosos y demasiado ávidos para ser Inocentes.

Y ahora que trato de contar — y es la primera vez que lo hago en mucho tiempo— con esa ligereza que da la sinceridad. con ese vuelo de las dos manos sobre la máquina portátil siento la invasión de la aventura. Insufrible, maltratada y llena de miedos soy lo que quedó después de Mariano pero también soy la que fuí durante el tiempo que duró la cosa: una intolerable y llorosa condena. a la prueba vieja como todas estas historias; infatigable víctima de una situación trivial: macho argentino, mucha seducción, poco caletre, cero en valoración afectiva; hembra argentina, sumisa y ansiosa depositaria de afanes, heroína de una tradición que exige hombres implacables y mujeres achuradas, lamentable binomio para una novela sin excesos, protagonistas de momentos demasiado largos en que lo escaso del goce desequilibró el fiel de la balanza. Sin embargo, debo confesar, que el muy condenado me dio placer. Varón doble, niño asesino, homicida de manera afable, cuánto me hizo gozar a veces. Paradójicamente, mis goces no tuvieron nada que ver con los sentidos. No son los ejemplares como Mariano quienes mejor hacen gozar a las mujeres sino los poetas de recursos magros, los, varones complacientes, los tranquilos y seguros capitanes de tormentas. Creo haber dicho que la placidez, el tiempo holgado, una lánguida humildad, conducen a la hora de los grandes suspiros. Y no eran esos los goces procurados aunque todos descuenten que Mariano — su porte, su aureola reluciente, su aura afortunada— logra grandes cosas al respecto. Voy a desvanecer esa ilusión. Voy a bajar sus humos. Amorosamente todavía, me ocuparé de colocarlo en su lugar. No era el gran hallazgo en la materia: demasiado apuro, demasiado nervio, demasiado rechazo visceral que le llega sabe Dios de qué escondidos resabios que lo vieron niño colegial maliciosamente atraído hacia la maestra, joven arrogante, hombre de suerte (lo dicen con envidia) acostumbrado al consentimiento, accesible y ansioso de mujercitas de paso. Que también hubo de las otras, vaya, si las hubo. Debe haberlas todavía y mi razón vacila escudriñando sus secretos mal guardados. ¡Ah, cómo deslizaba aquí y allá una y cándida o perversa alusión a su entusiasmo fulminante! Y cuánto pude sufrir! Pero no fueron esos goces sensuales los que consiguió conmigo sino otros, más hondos y veraces, los mejores quizá porque correspondían a otras zonas. Quién lo hubiera dicho. Mariano, que nunca pudo terminar la última página de un libro, Mariano cuya voz se había enronquecido en mandos arbitrarios, precisamente Mariano que no ha tenido más travesura que la mesa de trabajo, más misterio que una cama y más cultura que la que le dio el barniz de una educación parcial. Pero precisamente por todo eso y aun por algo más que me reservo, Mariano me dio goces, graciosamente entrelazados con lo mejor de mi naturaleza. Y es justo que esta noche cuente la historia de mi gratitud por la privacidad de sus almuerzos que se parecían a los favores reales, almuerzos en los que se cruzaban y fundían sus miradas y las mías; sus intenciones secretísimas y ms intenciones; hora y media de sol, paréntesis celeste, intermezzo en el mare mágnum de su vida dentro del que podíamos contarnos anécdotas que dábamos por ciertas y otras más íntimas, cuya gracia alentaba lo profundo de nuestra condición. Le debo goces tales. Y tantos, su voz muy dulce, rescatando en el teléfono la explosión amorosa que, frente a frente, exigía buena dosis de whisky. Por ejemplo: aquellas rosas que anunciaban: créame que necesito verla. Por ejemplo: aquella muestra de entusiasmo que levantaba el escote de mi blusa. Los candorosos celos que Mariano exponía sin pudor alguno. Por ejemplo: su buena fe abrumadora. Hasta sus embrollos y mentiras, ¡Ah cuánto gozo debo a estos veinte meses atroces! Ustedes lo presienten; dejan que algunos llamen cursi a lo que ocupa cada víscera con salvaje impertinencia. Hacen como que ignoran lo desierto que se queda Buenos Aires sin Mariano. Ya lo dije siempre: un pueblo. Un bajo en la depresión del río, un punto en el hemisferio austral que no vale la pena clasificar. Y no exagero. Tal era el tiempo sin él. En rigor a la verdad, fueron días muertos porque Mariano actuaba o Mariano era tentado por la carne o Mariano cambiaba de ubicación durante el lapso en el que —naturalmente— la vida también se detenía. Como esta lluvia de hoy 2 de febrero entre chaparrón y chaparrón. A Mariano que ama la forma de llover. Que abre la ventana, que corre la cortina, que bebe un whisky para desinhibirse. Cuánta ilusión había en la hora de la cita y en el ascensor que me depositaba fresca y graciosa a pocos metros de sus brazos. Lo cierto es que a sus brazos fuí a dar contadas veces, o me lo pareció. Pero cuán profundo era el goce de su perplejidad si me mostraba segura de mí misma y el de su veteranía si me mostraba segura.

Hay partes que no configuran esta historia y aun así son matices del recuento: me refiero a la vida que llevó Mariano a sus espaldas. La vida propia y sostenida por Mariano. Aquello que solía llamar sus trampas. Aun si enumero cuánto de mal y de repudiable hubo en todo eso, surge en cada línea que escribo para ustedes la dosis placentera con que a la hora de la cita me volvía inexplicablemente atractiva, apta para la esperanza y para cuanto tuviese que ocurrir.

Debo aclarar que vi morir el amor de Mariano como una velita que se sostiene con el aliento de un enfermo grave. Tengo al enfermo esta noche listo para la vivisección, la luz extenuada. Sin embargo, sé que — distinto a todos— no haré vivisección alguna. Me inclino reverente ante sus dedos de espátula y me asalta ternura por uñas corroídas. No habrá — como otrora, con otros— vivisección para Mariano. Entero por haberme querido, enterísimo por macho argentino y entero por insuficiencia amorosa. A cambio de eso, le pertenecí del todo, como si hubiera sido un gran amante clásico y no el flojazo que es. Le pertenezco y así será durante mucho tiempo como si todos los goces del cuerpo hubieran hecho tañir con voces de rico instrumento musical, mi voz, mi piel, mis ojos. Todo lo que tuvo Mariano sin desearlo demasiado o quizá por eso. Él, que vivía apresurado, distraído, todo me lo dio sin cambiar sus actitudes – flojo, falso, dual, poco generoso— seguro del sometimiento. Esta tarde en que estamos — como siempre— separados, la vida se me va tras de sus pasos, semiasfixiada de ansiedad por el misterio de su viaje actual, sin goce frente a las teclas de la máquina. Anochece, llovió como la tercera vez, cuando Mariano levantó la persiana y bebió otro trago absorto, ausente. Yo y Mariano ya no somos uno, debo ser realista, leal y fiel tal como vociferaba. Pero he gozado tanto con Mariano (a veces sin tocarlo, otras absorbiéndolo) que nuestra historia es como una cúpula nocturna dentro de la cual acaba de morir un astro. Que lo elija cada lector. Que lo elija Mariano. Hay que ponerle un nombre vital y común como las cosas que le gustan: un nombre de caballo a un astro que se muere. Conjurar tanto disparate. Volver a buscarlo aunque sea para recordar, grande es la memoria.

Y quien les dice que Mariano se sienta extraño como puede estarlo un gran macho argentino, corrido por sus ambiciones, por sus miedos y sus limitaciones. A lo mejor — quién sabe— suspirará despacio sobre el lado que le corresponde en la almohada conyugal. Segurísimo de haber zafado ya, cuando lo único cierto es que abrió la ventana y se puso a escudriñar hasta dar con la estrella que me habló — hábil mundano— (cuyo nombre —lástima— no alcancé a escuchar), lástima grande que eligiera una estrella que agoniza. Que tiritó entre ambos pero en seguida se agitó para morir. Sabido es que hasta las estrellas envejecen. Que se muere. Y bien: esta noche, sin que nadie lo sospeche, ha traído goces del alma a un cuerpo escuálido. Mis lectores anotarán como lugar común, aquello de morir de frío. Lo anotaran, pondrán un interrogatorio en el haber de Marta que les cuenta una historia. Mi Mariano (y casi da risa comprobarlo), el poderoso, habituado a violar intimidades y acceder a voluntad, el hombre siempre por la afirmativa es un muchacho que canta boleros y que va a escribir los versos más tristes. Y en los infinitos giros de la imaginación dará vueltas como el cuerpo indefenso al que una ola poderosa arranca de la arena y arrastra y hace gira también. Daremos un giro completo. Daremos vueltas hasta acertar con la palabra, los verbos, los vocativos y las interjecciones. Hemos probado una idea de lo que pudo ser y acaso fue o nunca ha sido o sólo ocurre que así deseamos que fuese — quizá mucho mejor u otra— Y esta historia que les cuento no tendrá final como apenas conoció un comienzo ya que todo transcurrió sobre el papel. Junto palabras con Ias que señalo el relato vacilante. No existió Mariano y las días que le correspondieron; lástima grande que ni días ni Mariano. Solamente las manos volando sobre la vieja máquina imaginando, una historia más para contarles. Mariano y lo que pudo suceder solamente como una secuencia del acto de escribir y una apetecible criatura de ficción que también me ha dejado sola escribiendo para ustedes. La larga ausencia de Mariano al que transferí como el hombre homicida de manera afable. Esta larga ausencia de Mariano que es el cuento evasivo, el que no se da, el que se escurre. Una ausencia larga que provoca este vacío absoluto en mí interior y a mi alrededor. Ya que los días sin Mariano son el papel en blanco, la máquina muda y la derrota de confesarme de ustedes sin historia.

Marta Lynch

Cuando me hablan del destino...


...cambio de conversación.

XIV

lunes, octubre 25, 2004

Mientras la hierba busque el techo
y los camiones de ruta vayan y vengan
llevando vacas al matadero
Y los de presidencia me envíen citatorios
Y los vecinos me redacten terribles amenazas
Y se apile la ropa sucia en los rincones...
Estará todo normal

Honorables ciudadanos:
Cuando el camión de la basura
se detenga en el 1910 de la calle
brinquen de felicidad y llamen a mi médico..
Entonces me estará llevando la chingada
y, entre los desperdicios, los papeles del baño,
latas vacías, un rastrillo viejo, frijoles agrios,
un vaso roto...
Mi alma le sonreirá al basurero

Horas..

martes, octubre 12, 2004



Fue entonces cuando decidí darme la vuelta y sacarte de mi cajón...

Gente

miércoles, octubre 06, 2004

Hoy recordé lo mucho que me gusta la página del Rak, ayer posteó una entrevista al Cosme, que me pareció muy buena.. Si tienes ganas ve a verla =)

La averiada vida de un hombre muerto

martes, octubre 05, 2004

  1. Alguna vez estuve metido en el fango.
  2. Estaba enterado de que había droga de por medio.
  3. Un hombre de estatura mediana y con sombrero de plumas me advirtió en una cantina que meterse con eso era riesgoso. Me dijo también que la cárcel era la cárcel y que era muy desagradable.
  4. Como quiera, olvidé pronto sus palabras y me metí.
  5. La señora González, que también estaba en el lodo, me convidó a comer un postre extraño en su finca y luego me explicó cómo enfangarme.
  6. No era tan complicado, pero tampoco tan fácil como me lo habían platicado.
  7. El Chesterton, como le decían, me condujo en su lujoso auto a la pista de aterrizaje.
  8. Volé como cinco horas en un avioncito gracioso al lado de un piloto cacarizo de nombre Ernesto, hombre de amplia experiencia.
  9. Dimos las bolsas que transportábamos a un tipo bajito y no nos pagó nada. Ernesto me explicó que así eran las cosas en el mundo de la droga. Aceptó y yo acepté, pues él era hombre de experiencia.
  10. Y por supuesto que no hubo problema, ya que me pagaron el dinero que me habían prometido y volví a casa cargado de billetes.
  11. El sapo, mi hijo, presumió en su escuela que ya éramos adinerados y mostró su bicicleta nueva. Luego le puse un diente de oro y le compré un reloj y una cadena.
  12. La comadre, que era mi esposa, puso una taquería en el centro y empezó a juntarse con la señora Dominga y sus amigas, que la verdad son gente muy de respeto por aquí. Son las primeras que comulgan en la parroquia.
  13. Luego el Chesterton me dijo que había un nuevo trabajo. Como el dinerito que había ganado empezaba a menguar, acepté y le pedí que me mandara con Ernesto porque ya éramos amigos.
  14. Pero las cosas ya habían cambiado: se trataba de que viajara en un avión comercial haciéndome pasar por un gran artista. En mi pasaporte decía que me llamaba Julián Jorge de la Llata Vizcaíno.
  15. Y para qué más que la verdad: lo hice tal y como el Chesterton me lo pidió. Entregué a un señor de corbata verde, lentes oscuros y un chipote rojo en la frente mi estuche de guitarra lleno de bolsitas.
  16. La gran feria que me dieron la invertí en un vestido de flores azules y amarillas para la Comadre, en una chamarra de cuero para el Sapo y en algunos terrenitos.
  17. El señor párroco me pidió, cuando fui a confesarme, que lo fuera a ver por la tarde.
  18. Entonces me explicó por qué era malo estar metido en el fango y prometió ayudarme a enderezar mi vida. Yo también lo ayudé con una buena limosna.
  19. Me costó mucho trabajo arrepentirme de lo que ya había hecho y ni modo. Y también aprender a ser el monaguillo de la parroquia.
  20. El Sapo estaba tan orgulloso que me presumía con sus amiguitos. Casi todos se desvivían por comulgar conmigo los domingos.
  21. Menos la Chacha, cuyos padres eran evangelistas o mahometanos o musulmanes y no gustaban de nuestras tradiciones.
  22. Me cayó entonces de sopetón la mala racha: no sé qué onda con los demás, pero al menos para mí abril es el mes más cruel. Me pasaron cuantas cosas pueda uno imaginarse y más. Desde el desmayo que sufrí en plena eucaristía hasta el paludismo del Sapo, el robo de los borreguitos, la muerte por agua de la niña que nos llevaba los jacintos, la milpa anegada el horrible silencio que se oía los domingos. Incluso se nos murió el gerente del banco.
  23. El Chesterton me dijo que si yo ya estaba en el negocio no podía zafarme de él. Le expliqué lo mismo que me explicó el párroco y me dijo que eran puras tonterías y que para él yo no era un hombre imbecil. Escupió al piso y sin querer le atinó a mi zapato.
  24. Le pedí que me dejara pensarlo. Lo consulté primero con mi papá –quien me empujó a aceptar el trato-, y luego con el párroco –quien me contó cómo era la vida en el temido infierno. Al fin deseché la oferta del Chesterton al día siguiente.
  25. La Comadre le presumió a todo el pueblo que yo me había negado. Y recibió a cambio muestras de verdadero cariño y respeto.
  26. Entonces me pidieron que fuera el nuevo presidente municipal. La verdad me sentí muy halagado. Hasta la señora Dominga me dio su voto de confianza y preparó dos gallinas rellenas para convencerme.
  27. Cuando el párroco se enteró de que yo había aceptado, me dio su bendición y me dijo que le entrara a ese toro con responsabilidad y con fe en el gran Juicio que estaba por llegar.
  28. Entré en funciones en junio, ya muy lejos del fatídico abril.
  29. Mi nuevo trabajo consistía en dar despensas y en ayudar a la parroquia, en ordenar que les cortaran las manos a los rateros de ganado y en ser el primero en cantar el himno todos los lunes. También tenía que nombrar a los que debían pagar los cohetes en nuestras festividades y casar a quienes debían casarse.
  30. Tenía siete policías a mi cargo y la gente me llamaba todos los días para saludarme y preguntar cómo había dormido. Por las tardes me boleaba los zapatos y jugaba dominó con el sereno Ramoncito, el dueño del Hotel Emperador y sus muy simpáticos amigos.
  31. Una señora prostituta, a la que había visitado varias veces en mis edades tempranas, me exigió justicia. Le habían inventado que ella se robaba las gallinas y los gansos de la familia Esternón. El problema fue que la señora Argentina Esternón me visitó para pedirme también justicia Al cabo de un tiempito, pagué yo de mi bolsa las aves robadas y le regalé a la señorita prostituta una docena de patos. El párroco estuvo de acuerdo conmigo y me dijo que era de noble espíritu.
  32. Entonces el Chesterton se presentó en mi oficina en su silla de ruedas. “Pero, ¿qué te pasó, hombre?�, le dije. “Ya ves�, me contestó. Hablamos durante quince minutos del Negocio y no llegamos a nada. Él me dijo “¡cobarde!�, y yo le pregunté si sabía lo que era el maldito infierno. Las llamas del infierno.
  33. Durante los ratos libres que tenía, especialmente en las tardes, me puse a tejer. Yo pensaba entonces que lo mejor para todos los del pueblo era producir y trabajar y así mantener a nuestras familias. Para dar un buen ejemplo, dejé de aceptar los traguitos.
  34. La Comadre vendió bien mis productos y me dio mucho aliento. Y así se pasaron los meses.
  35. Una noche se me ocurrió que me faltaban estudios. Ella estuvo de acuerdo y renuncié al trabajo en la presidencia municipal para irme con mi familia a estudiar a la ciudad.
  36. Nos hicieron una fiesta de despedida. Entre todos contrataron al mariachi de San Andrés para que amenizara el adiós.
  37. La barbacoa le hizo daño al pobre del Sapo. Se la pasó vomitando en serio y con muchos retortijones. Cuando el doctor Merino nos dijo que estaba fuera de peligro, partimos a la urbe, como le decía el sereno de Ramoncito a la ciudad.
  38. Si me hubiera acordado no hubiera hecho lo que hice: ir a la urbe en pleno mes de abril.
  39. Un señor de bigotes nos quitó todo el dinero que llevábamos. Y luego la pobre de la Comadre se nos enfermó de sarampión y terminamos todos en un hospital.
  40. El Sapo se dedicó a conseguir el dinero para las medicinas y yo el de la comida. Hacíamos un buen equipo.
  41. Alfinmente, en mayo, conseguimos un buen cuarto donde vivir y una buena escuela para el Sapo. La Comadre se empleó de muchacha y yo me las arreglé durante un buen rato con las limosnas. Luego me puse a lavar coches y a entrarle al negocio de las ventas.
  42. Sin embargo, por más que quise ponerme a estudiar no pude. Nunca entendí cómo había que hacerle para ser un doctor. Y eso que no fue tan difícil meter al Sapo a estudiar la secundaria.
  43. Hasta que una señora de apellido Mendizábal me explicó todo.
  44. No me hice doctor pero sí negociante. Aprendí a vender la lotería, y luego las medicinas, y luego los artículos de tocador, y luego los animales.
  45. Viajaba a la selva, cazaba changos y guacamayas y tigrillos y se los vendía a un caballero, que a su vez se los vendía a los zoológicos de otras partes del mundo.
  46. Para entonces, el Sapo se nos casó, abandonó sus estudios, me dio un nieto al que decidió llamar Agustín y se puso a trabajar en la industria textil. Tenía, como yo, cuando me casé con su señora madre, dieciséis años.
  47. Un hombre llamado Pilz me invitó a su tierra para que trabajara con él en mi especialidad. La Comadre y yo viajamos en avión (yo ya le había platicado lo que se sentía estar en el aire).
  48. El señor Pilz me puso a atrapar animales en su rancho para que luego él los vendiera.
  49. Todo jalaba muy bien –pues yo sabía atrapar a los animalitos de su rancho-, salvo porque no nos entendíamos con los demás cazadores, que hablaban otra lengua y no se divertían con nosotros. En las fiestas de todas las noches nos echaban a un lado como si fuéramos bestias.
  50. La Comadre me dijo que esa vida ya le empezaba a disgustar, aunque comiéramos todos los días guisado. Y que extrañaba a nuestro Sapito.
  51. Yo también andaba como cabizbajo y no se me levantaba la moral.
  52. Para poder regresarnos a la urbe tuvimos que hacernos asaltantes. La Comadre me aseguraba que el párroco no estaría de acuerdo con nuestros planes. Le prometí que luego nos confesaríamos con él y asunto arreglado. Y entonces nos pusimos a asaltar.
  53. Nomás llegamos a la urbe con nuestros ahorritos nos enteramos de que el Sapo ya había procreado otra chavala. Le dije que lo mejor, en esas circunstancias, sería regresar a nuestra tierra y él aceptó.
  54. Sus amigos nos hicieron una gran despedida con tamales de puerco y cerveza. La Cristinita, mi nieta, se la pasó con mocos toda esa tarde hasta que se nos resfrió.
  55. Al regresar a nuestro pueblo, esa misma noche, nos hicieron una fiesta de bienvenida con sándwiches y tequila.
  56. El Chesterton, que era el nuevo presidente municipal, consiguió la música: un trío de San Nicolás El Elevado. La señora Dominga llevó globos y dulces para los niños. El párroco estaba tan contento con nuestro regreso y también tan cansado que, sin confesarnos, nos dejó tres padrenuestros y diez avemarías para absolvernos de todos nuestros pecados.
  57. Yo me puse a tejer. La comadre se puso a vender mis tejidos. El Sapo se puso a ayudarle al boticario. La Tachuela, que es mi nuera, se puso a cuidar a los niñitos y a prepararnos todos los días la comida. Sus caldos nos ponían felices.
  58. Y la verdad nos iba muy bien, hasta que el Sapo tuvo una riña y nos lo mataron con un puñal.
  59. El Chesterton metió a los asesinos en la cárcel y yo le pedí que me dejara arreglar el asunto. Yo creo que me vio tan dolido por la muerte del Sapito que me dijo “ándale, haz lo que tienes que hacer�. Maté a los asesinos a trancazos, con la ayuda de un hombre llamado el Bóiler.
  60. Luego la señora González me dijo que tenía un encarguito para mí. Y como ya andaba bastante escaso de recursos, lo acepté.
  61. Había que llevar su dinerito a la urbe y dárselo a un hombre con piochita y bolsa de piel de serpiente. Me aseguró de que se trataba de una operación muy sencilla. Y yo le creí.
  62. Lo hice tal y como me lo había explicado y no hubo problema. Después de hacer la operación, el señor de la piochita me dijo que también podía darme un encarguito, si yo quería. “A ver, ¿de qué se trata?�, le pregunté. “Nomás de hacerte pendejo un rato y dejar que un güerito te ponga en la madre y te robe esta bolsita que ves.�
  63. En realidad el güerito no me pegó mucho. Pero como ya había aceptado dejé que me robara la bolsita y que me diera unos cuantos trancazos. El cliente me dio el dinero convenido y me fui a la estación de camiones.
  64. Cuando me confesé, el párroco me dijo que no entendía nada. Y que dejarse pegar y robar algo que no era mía no era malo. Sólo me dijo que para otra vez preguntara. Yo estuve de acuerdo y él me absolvió.
  65. Esa noche, la Comadre me dijo que tenía entendido que íbamos a tener otro hijo.
  66. Con el dinero que había ganado hice una fiesta para celebrar. Y sobraron tantos pollos y tanto mole que tuvimos que repartirlo entre los vecinos. La señora Dominga, que iba a ser nuestra comadre, mía y de la Comadre, contrató a la tambora de San Isidro, que es la más famosa.
  67. Un señor de lentecitos me dijo que era antropólogo y que quería entrevistarme. Me pagaba muy poco en comparación con el Chesterton o el señor Pilz o el de la piochita, pero alfinmente acepté.
  68. Se trataba de platicarle mi vida, y así lo hice, desde que mataron a mis antepasados padres hasta el día en que me metí al fango.
  69. Cristinita me pedía una y otra vez que le contara el cuento de cómo maté a los que mataron a su padre. Le encantaba oírme.
  70. Unos señores llegaron al pueblo a comprar muchos terrenitos. Pero el sereno Ramoncito, con su gran inteligencia nos dijo a los del pueblo que nos anduviéramos con cuidado, porque de seguro nos harían lo mismo que a los de San Nicolás El Elevado.
  71. Sacamos nuestros machetes y nuestros rifles y de plano los corrimos. Estaban tan espantados que ni se acordaron de recoger las cazuelas en las que habían cocinado su almuerzo.
  72. La Comadre me dio una mujercita. Le queríamos poner Antonia, como se llamaba mi señora madre, pero la señora Dominga nos pidió que le pusiéramos Carmelita, como se llamaba la suya.
  73. Un jueves de Pascua me topé en la cantina con el seor de estatura mediana y sombrero de plumas. Estaba más viejo. Me preguntó que cómo me había ido. Le conté que no me había ido tan mal, aunque ahora ya estaba empobrecido. Él me dijo que ya era un hombre de lana y que podía ayudarme. Se llamaba don Raúl.
  74. Lo ayudé a enterrar unos familiares que se le habían muerto, me pagó y me dijo que contara con él cuando ya no tuviera dinero.
  75. El ocho de abril me caí a un barranco por andar persiguiendo a una cabrita que no tenía dueño. El Chesterton y don Raúl le pagaron al doctor Merino para que me curara la dorsal.
  76. El diez de abril la señora González me llevó otro postre extraño y me pidió un favorcito: que le dijera a don Raúl que ella quería verlo para entrar en tratos.
  77. Don Raúl me agradeció al principio el recado, y luego de meditarlo me pidió que mejor la matara. Yo sentía que el párroco no me iba a perdonar un asesinato, ni tampoco ella. Pero la verdad la situación familiar era muy difícil.
  78. Con todo el dinero que me dio don Raúl compré muchos terrenitos y se los vendí luego a otros señores que también querían comprar terrenitos en nuestro pueblo. El sereno Ramoncito y el párroco me dijeron que hacía bien al comprar y vender.
  79. A partir de la venta de los terrenitos, la Comadre, la Tachuela, Agustín, Cristinita, Carmelita y yo fuimos a San Nicolás El Elevado porque la cosa se estaba poniendo muy caliente en el pueblo.
  80. Después de indagar, el antropólogo llegó a nuestra casa para seguir con el relato de mi vida. Y yo me puse a inventarlo cosas para que se siguiera emocionando con mi historia.
  81. Para entonces, ya vivía en San Nicolás la señorita prostituta que me había enseñado a ser hombre. Me la encontré en la plaza y me dijo que andaba necesitada de dinero. Le di los únicos pesos que tenía.
  82. También me dijo que si quería lana, allí estaba la Tachuela y que ella se encargaría de todo. De llevar los dineritos a la casa.
  83. Que ni qué, mi nuera nos mantuvo por más de un año con la ayuda de la señorita prostituta. Y también de don Raúl, que era el mejor cliente.
  84. Desde fines de marzo ya andaba nervioso porque iba a llegar otro abril y no sabía qué sorpresas me aguardaban.
  85. Y fueron muchas, pero todas para bien. Don Raúl me pidió que le volviera a enterrar a sus muertitos, la Tachuela se comprometió con el dueño de la ferretería más grande de San Nicolás el Elevado, el Chesterton me ofreció ser policía y la Cristinita embarneció.
  86. Lo único malo de ese seco abril fue que a la Comadre le dio otro sarampión y se me murió en la cama.
  87. Por consiguiente le dije a mi nuera que tenía que retractarse de su compromiso porque yo ya andaba sin mujer.
  88. Al principio el párroco se opuso a nuestra boda, pero terminó casándonos porque era lo mejor para todos. Hasta el ferretero comprendió la situación y llevó la música.
  89. Como al pobre de don Raúl se le seguían muriendo sus parientes, yo tenía trabajo asegurado dándoles su cristiana sepultura y cobrando buenos billetes. Ya se le habían muerto tantos que ni se le veía triste.
  90. Luego Cristinita terminó de embarnecer y me dio un bisnieto de nombre Joselito, hijo del Bóiler, que también se llamaba así y se apellidaba Ternero.
  91. Y más luego, ya entrados en febrero, el doctor Merino me mandó a hacerme unos análisis en Torreblanca y me dijo que tenía “eso� y que ni modo, a mí me tocó en suerte.
  92. Me explicó el párroco que así es la vida que Dios nos sopló en el ánima y que no había mucho que hacer ante esas calamidades.
  93. Pero no me preocupaba tanto el morirme como el no tener para comer lo suficiente el día que llegara la Recelosa, como le llamaba a la muerte la señora Dominga.
  94. El Bóiler me dijo que si yo lo permitía él se haría cargo de la familia cuando llegara la Inevitable, como él le llamaba también a la Libertadora.
  95. Yo ya estaba hecho un esqueleto y me dolía todo el santo cuerpo. La Contrincante, como le llamaba don Raúl a la Antesala que es la muerte, ya se andaba queriendo llevar mi pellejo un dos abril.
  96. Pero entonces mi nuera me informó que estaba enterada de que iba a tener un hijo mío.
  97. El Bóiler suponía que eso me había repuesto porque me puse a tejer como loco para que mi señora vendiera mis tejidos en el pueblo, en Torreblanca y en San Nicolás el Elevado.
  98. Los dolores desaparecieron a partir de julio y engordé unos kilitos.
  99. Me quiso matar una vez el Chesterton con su pistola, pero el doctor Merino me salvó la vida. Luego don Raúl también me cogió coraje y me trató de prender fuego.
  100. El antropólogo me dijo que haría un libro con mi vida. Pero la verdad, qué me importaba: yo ya era, lo que se dice, un hombre muerto.
Francisco Hinojosa

lunes, octubre 04, 2004

* ¿Sí se notó que me agrada la palabra "rancio"?

3 centavos

Pues sí, no he posteado desde hace un rato..
Fue el concierto del Palomas este fin y no pude ir porque no tenía ni un peso y el rancio del Palomas no me invitó la entrada, o al menos se hizo wey.. En fin, espero verlo cuando venga para Guadalajara o toparmelo en el cerva, si le dan ganas de ir al cabrón..

Otra de mis tragedias es la escuela: tuve exámen de TODAS mis materias. Es ahi cuando me da hueva estar en dos escuelas al mismo tiempo, pero bueh.. la mayor parte del tiempo es bastante divertido.

Sabe por qué, pero creo que mi redacción es pésima..

Tengo ganas de salir, de irme a conocer algún lugar nuevo.. Por lo pronto me voy a Vallarta el viernes y al cervantino rancio para el cierre..

(Ay, ya recordé por qué no escribo esto a manera de diario.. Creo que llevo una vida media rancia)

Fin