ir a principal |
Ir a lateral
- Alguna vez estuve metido en el fango.
- Estaba enterado de que habÃa droga de por medio.
- Un hombre de estatura mediana y con sombrero de plumas me advirtió en una cantina que meterse con eso era riesgoso. Me dijo también que la cárcel era la cárcel y que era muy desagradable.
- Como quiera, olvidé pronto sus palabras y me metÃ.
- La señora González, que también estaba en el lodo, me convidó a comer un postre extraño en su finca y luego me explicó cómo enfangarme.
- No era tan complicado, pero tampoco tan fácil como me lo habÃan platicado.
- El Chesterton, como le decÃan, me condujo en su lujoso auto a la pista de aterrizaje.
- Volé como cinco horas en un avioncito gracioso al lado de un piloto cacarizo de nombre Ernesto, hombre de amplia experiencia.
- Dimos las bolsas que transportábamos a un tipo bajito y no nos pagó nada. Ernesto me explicó que asà eran las cosas en el mundo de la droga. Aceptó y yo acepté, pues él era hombre de experiencia.
- Y por supuesto que no hubo problema, ya que me pagaron el dinero que me habÃan prometido y volvà a casa cargado de billetes.
- El sapo, mi hijo, presumió en su escuela que ya éramos adinerados y mostró su bicicleta nueva. Luego le puse un diente de oro y le compré un reloj y una cadena.
- La comadre, que era mi esposa, puso una taquerÃa en el centro y empezó a juntarse con la señora Dominga y sus amigas, que la verdad son gente muy de respeto por aquÃ. Son las primeras que comulgan en la parroquia.
- Luego el Chesterton me dijo que habÃa un nuevo trabajo. Como el dinerito que habÃa ganado empezaba a menguar, acepté y le pedà que me mandara con Ernesto porque ya éramos amigos.
- Pero las cosas ya habÃan cambiado: se trataba de que viajara en un avión comercial haciéndome pasar por un gran artista. En mi pasaporte decÃa que me llamaba Julián Jorge de la Llata VizcaÃno.
- Y para qué más que la verdad: lo hice tal y como el Chesterton me lo pidió. Entregué a un señor de corbata verde, lentes oscuros y un chipote rojo en la frente mi estuche de guitarra lleno de bolsitas.
- La gran feria que me dieron la invertà en un vestido de flores azules y amarillas para la Comadre, en una chamarra de cuero para el Sapo y en algunos terrenitos.
- El señor párroco me pidió, cuando fui a confesarme, que lo fuera a ver por la tarde.
- Entonces me explicó por qué era malo estar metido en el fango y prometió ayudarme a enderezar mi vida. Yo también lo ayudé con una buena limosna.
- Me costó mucho trabajo arrepentirme de lo que ya habÃa hecho y ni modo. Y también aprender a ser el monaguillo de la parroquia.
- El Sapo estaba tan orgulloso que me presumÃa con sus amiguitos. Casi todos se desvivÃan por comulgar conmigo los domingos.
- Menos la Chacha, cuyos padres eran evangelistas o mahometanos o musulmanes y no gustaban de nuestras tradiciones.
- Me cayó entonces de sopetón la mala racha: no sé qué onda con los demás, pero al menos para mà abril es el mes más cruel. Me pasaron cuantas cosas pueda uno imaginarse y más. Desde el desmayo que sufrà en plena eucaristÃa hasta el paludismo del Sapo, el robo de los borreguitos, la muerte por agua de la niña que nos llevaba los jacintos, la milpa anegada el horrible silencio que se oÃa los domingos. Incluso se nos murió el gerente del banco.
- El Chesterton me dijo que si yo ya estaba en el negocio no podÃa zafarme de él. Le expliqué lo mismo que me explicó el párroco y me dijo que eran puras tonterÃas y que para él yo no era un hombre imbecil. Escupió al piso y sin querer le atinó a mi zapato.
- Le pedà que me dejara pensarlo. Lo consulté primero con mi papá –quien me empujó a aceptar el trato-, y luego con el párroco –quien me contó cómo era la vida en el temido infierno. Al fin deseché la oferta del Chesterton al dÃa siguiente.
- La Comadre le presumió a todo el pueblo que yo me habÃa negado. Y recibió a cambio muestras de verdadero cariño y respeto.
- Entonces me pidieron que fuera el nuevo presidente municipal. La verdad me sentà muy halagado. Hasta la señora Dominga me dio su voto de confianza y preparó dos gallinas rellenas para convencerme.
- Cuando el párroco se enteró de que yo habÃa aceptado, me dio su bendición y me dijo que le entrara a ese toro con responsabilidad y con fe en el gran Juicio que estaba por llegar.
- Entré en funciones en junio, ya muy lejos del fatÃdico abril.
- Mi nuevo trabajo consistÃa en dar despensas y en ayudar a la parroquia, en ordenar que les cortaran las manos a los rateros de ganado y en ser el primero en cantar el himno todos los lunes. También tenÃa que nombrar a los que debÃan pagar los cohetes en nuestras festividades y casar a quienes debÃan casarse.
- TenÃa siete policÃas a mi cargo y la gente me llamaba todos los dÃas para saludarme y preguntar cómo habÃa dormido. Por las tardes me boleaba los zapatos y jugaba dominó con el sereno Ramoncito, el dueño del Hotel Emperador y sus muy simpáticos amigos.
- Una señora prostituta, a la que habÃa visitado varias veces en mis edades tempranas, me exigió justicia. Le habÃan inventado que ella se robaba las gallinas y los gansos de la familia Esternón. El problema fue que la señora Argentina Esternón me visitó para pedirme también justicia Al cabo de un tiempito, pagué yo de mi bolsa las aves robadas y le regalé a la señorita prostituta una docena de patos. El párroco estuvo de acuerdo conmigo y me dijo que era de noble espÃritu.
- Entonces el Chesterton se presentó en mi oficina en su silla de ruedas. “Pero, ¿qué te pasó, hombre?â€�, le dije. “Ya vesâ€�, me contestó. Hablamos durante quince minutos del Negocio y no llegamos a nada. Él me dijo “¡cobarde!â€�, y yo le pregunté si sabÃa lo que era el maldito infierno. Las llamas del infierno.
- Durante los ratos libres que tenÃa, especialmente en las tardes, me puse a tejer. Yo pensaba entonces que lo mejor para todos los del pueblo era producir y trabajar y asà mantener a nuestras familias. Para dar un buen ejemplo, dejé de aceptar los traguitos.
- La Comadre vendió bien mis productos y me dio mucho aliento. Y asà se pasaron los meses.
- Una noche se me ocurrió que me faltaban estudios. Ella estuvo de acuerdo y renuncié al trabajo en la presidencia municipal para irme con mi familia a estudiar a la ciudad.
- Nos hicieron una fiesta de despedida. Entre todos contrataron al mariachi de San Andrés para que amenizara el adiós.
- La barbacoa le hizo daño al pobre del Sapo. Se la pasó vomitando en serio y con muchos retortijones. Cuando el doctor Merino nos dijo que estaba fuera de peligro, partimos a la urbe, como le decÃa el sereno de Ramoncito a la ciudad.
- Si me hubiera acordado no hubiera hecho lo que hice: ir a la urbe en pleno mes de abril.
- Un señor de bigotes nos quitó todo el dinero que llevábamos. Y luego la pobre de la Comadre se nos enfermó de sarampión y terminamos todos en un hospital.
- El Sapo se dedicó a conseguir el dinero para las medicinas y yo el de la comida. HacÃamos un buen equipo.
- Alfinmente, en mayo, conseguimos un buen cuarto donde vivir y una buena escuela para el Sapo. La Comadre se empleó de muchacha y yo me las arreglé durante un buen rato con las limosnas. Luego me puse a lavar coches y a entrarle al negocio de las ventas.
- Sin embargo, por más que quise ponerme a estudiar no pude. Nunca entendà cómo habÃa que hacerle para ser un doctor. Y eso que no fue tan difÃcil meter al Sapo a estudiar la secundaria.
- Hasta que una señora de apellido Mendizábal me explicó todo.
- No me hice doctor pero sà negociante. Aprendà a vender la loterÃa, y luego las medicinas, y luego los artÃculos de tocador, y luego los animales.
- Viajaba a la selva, cazaba changos y guacamayas y tigrillos y se los vendÃa a un caballero, que a su vez se los vendÃa a los zoológicos de otras partes del mundo.
- Para entonces, el Sapo se nos casó, abandonó sus estudios, me dio un nieto al que decidió llamar AgustÃn y se puso a trabajar en la industria textil. TenÃa, como yo, cuando me casé con su señora madre, dieciséis años.
- Un hombre llamado Pilz me invitó a su tierra para que trabajara con él en mi especialidad. La Comadre y yo viajamos en avión (yo ya le habÃa platicado lo que se sentÃa estar en el aire).
- El señor Pilz me puso a atrapar animales en su rancho para que luego él los vendiera.
- Todo jalaba muy bien –pues yo sabÃa atrapar a los animalitos de su rancho-, salvo porque no nos entendÃamos con los demás cazadores, que hablaban otra lengua y no se divertÃan con nosotros. En las fiestas de todas las noches nos echaban a un lado como si fuéramos bestias.
- La Comadre me dijo que esa vida ya le empezaba a disgustar, aunque comiéramos todos los dÃas guisado. Y que extrañaba a nuestro Sapito.
- Yo también andaba como cabizbajo y no se me levantaba la moral.
- Para poder regresarnos a la urbe tuvimos que hacernos asaltantes. La Comadre me aseguraba que el párroco no estarÃa de acuerdo con nuestros planes. Le prometà que luego nos confesarÃamos con él y asunto arreglado. Y entonces nos pusimos a asaltar.
- Nomás llegamos a la urbe con nuestros ahorritos nos enteramos de que el Sapo ya habÃa procreado otra chavala. Le dije que lo mejor, en esas circunstancias, serÃa regresar a nuestra tierra y él aceptó.
- Sus amigos nos hicieron una gran despedida con tamales de puerco y cerveza. La Cristinita, mi nieta, se la pasó con mocos toda esa tarde hasta que se nos resfrió.
- Al regresar a nuestro pueblo, esa misma noche, nos hicieron una fiesta de bienvenida con sándwiches y tequila.
- El Chesterton, que era el nuevo presidente municipal, consiguió la música: un trÃo de San Nicolás El Elevado. La señora Dominga llevó globos y dulces para los niños. El párroco estaba tan contento con nuestro regreso y también tan cansado que, sin confesarnos, nos dejó tres padrenuestros y diez avemarÃas para absolvernos de todos nuestros pecados.
- Yo me puse a tejer. La comadre se puso a vender mis tejidos. El Sapo se puso a ayudarle al boticario. La Tachuela, que es mi nuera, se puso a cuidar a los niñitos y a prepararnos todos los dÃas la comida. Sus caldos nos ponÃan felices.
- Y la verdad nos iba muy bien, hasta que el Sapo tuvo una riña y nos lo mataron con un puñal.
- El Chesterton metió a los asesinos en la cárcel y yo le pedà que me dejara arreglar el asunto. Yo creo que me vio tan dolido por la muerte del Sapito que me dijo “ándale, haz lo que tienes que hacer�. Maté a los asesinos a trancazos, con la ayuda de un hombre llamado el Bóiler.
- Luego la señora González me dijo que tenÃa un encarguito para mÃ. Y como ya andaba bastante escaso de recursos, lo acepté.
- HabÃa que llevar su dinerito a la urbe y dárselo a un hombre con piochita y bolsa de piel de serpiente. Me aseguró de que se trataba de una operación muy sencilla. Y yo le creÃ.
- Lo hice tal y como me lo habÃa explicado y no hubo problema. Después de hacer la operación, el señor de la piochita me dijo que también podÃa darme un encarguito, si yo querÃa. “A ver, ¿de qué se trata?â€�, le pregunté. “Nomás de hacerte pendejo un rato y dejar que un güerito te ponga en la madre y te robe esta bolsita que ves.â€�
- En realidad el güerito no me pegó mucho. Pero como ya habÃa aceptado dejé que me robara la bolsita y que me diera unos cuantos trancazos. El cliente me dio el dinero convenido y me fui a la estación de camiones.
- Cuando me confesé, el párroco me dijo que no entendÃa nada. Y que dejarse pegar y robar algo que no era mÃa no era malo. Sólo me dijo que para otra vez preguntara. Yo estuve de acuerdo y él me absolvió.
- Esa noche, la Comadre me dijo que tenÃa entendido que Ãbamos a tener otro hijo.
- Con el dinero que habÃa ganado hice una fiesta para celebrar. Y sobraron tantos pollos y tanto mole que tuvimos que repartirlo entre los vecinos. La señora Dominga, que iba a ser nuestra comadre, mÃa y de la Comadre, contrató a la tambora de San Isidro, que es la más famosa.
- Un señor de lentecitos me dijo que era antropólogo y que querÃa entrevistarme. Me pagaba muy poco en comparación con el Chesterton o el señor Pilz o el de la piochita, pero alfinmente acepté.
- Se trataba de platicarle mi vida, y asà lo hice, desde que mataron a mis antepasados padres hasta el dÃa en que me metà al fango.
- Cristinita me pedÃa una y otra vez que le contara el cuento de cómo maté a los que mataron a su padre. Le encantaba oÃrme.
- Unos señores llegaron al pueblo a comprar muchos terrenitos. Pero el sereno Ramoncito, con su gran inteligencia nos dijo a los del pueblo que nos anduviéramos con cuidado, porque de seguro nos harÃan lo mismo que a los de San Nicolás El Elevado.
- Sacamos nuestros machetes y nuestros rifles y de plano los corrimos. Estaban tan espantados que ni se acordaron de recoger las cazuelas en las que habÃan cocinado su almuerzo.
- La Comadre me dio una mujercita. Le querÃamos poner Antonia, como se llamaba mi señora madre, pero la señora Dominga nos pidió que le pusiéramos Carmelita, como se llamaba la suya.
- Un jueves de Pascua me topé en la cantina con el seor de estatura mediana y sombrero de plumas. Estaba más viejo. Me preguntó que cómo me habÃa ido. Le conté que no me habÃa ido tan mal, aunque ahora ya estaba empobrecido. Él me dijo que ya era un hombre de lana y que podÃa ayudarme. Se llamaba don Raúl.
- Lo ayudé a enterrar unos familiares que se le habÃan muerto, me pagó y me dijo que contara con él cuando ya no tuviera dinero.
- El ocho de abril me caà a un barranco por andar persiguiendo a una cabrita que no tenÃa dueño. El Chesterton y don Raúl le pagaron al doctor Merino para que me curara la dorsal.
- El diez de abril la señora González me llevó otro postre extraño y me pidió un favorcito: que le dijera a don Raúl que ella querÃa verlo para entrar en tratos.
- Don Raúl me agradeció al principio el recado, y luego de meditarlo me pidió que mejor la matara. Yo sentÃa que el párroco no me iba a perdonar un asesinato, ni tampoco ella. Pero la verdad la situación familiar era muy difÃcil.
- Con todo el dinero que me dio don Raúl compré muchos terrenitos y se los vendà luego a otros señores que también querÃan comprar terrenitos en nuestro pueblo. El sereno Ramoncito y el párroco me dijeron que hacÃa bien al comprar y vender.
- A partir de la venta de los terrenitos, la Comadre, la Tachuela, AgustÃn, Cristinita, Carmelita y yo fuimos a San Nicolás El Elevado porque la cosa se estaba poniendo muy caliente en el pueblo.
- Después de indagar, el antropólogo llegó a nuestra casa para seguir con el relato de mi vida. Y yo me puse a inventarlo cosas para que se siguiera emocionando con mi historia.
- Para entonces, ya vivÃa en San Nicolás la señorita prostituta que me habÃa enseñado a ser hombre. Me la encontré en la plaza y me dijo que andaba necesitada de dinero. Le di los únicos pesos que tenÃa.
- También me dijo que si querÃa lana, allà estaba la Tachuela y que ella se encargarÃa de todo. De llevar los dineritos a la casa.
- Que ni qué, mi nuera nos mantuvo por más de un año con la ayuda de la señorita prostituta. Y también de don Raúl, que era el mejor cliente.
- Desde fines de marzo ya andaba nervioso porque iba a llegar otro abril y no sabÃa qué sorpresas me aguardaban.
- Y fueron muchas, pero todas para bien. Don Raúl me pidió que le volviera a enterrar a sus muertitos, la Tachuela se comprometió con el dueño de la ferreterÃa más grande de San Nicolás el Elevado, el Chesterton me ofreció ser policÃa y la Cristinita embarneció.
- Lo único malo de ese seco abril fue que a la Comadre le dio otro sarampión y se me murió en la cama.
- Por consiguiente le dije a mi nuera que tenÃa que retractarse de su compromiso porque yo ya andaba sin mujer.
- Al principio el párroco se opuso a nuestra boda, pero terminó casándonos porque era lo mejor para todos. Hasta el ferretero comprendió la situación y llevó la música.
- Como al pobre de don Raúl se le seguÃan muriendo sus parientes, yo tenÃa trabajo asegurado dándoles su cristiana sepultura y cobrando buenos billetes. Ya se le habÃan muerto tantos que ni se le veÃa triste.
- Luego Cristinita terminó de embarnecer y me dio un bisnieto de nombre Joselito, hijo del Bóiler, que también se llamaba asà y se apellidaba Ternero.
- Y más luego, ya entrados en febrero, el doctor Merino me mandó a hacerme unos análisis en Torreblanca y me dijo que tenÃa “esoâ€� y que ni modo, a mà me tocó en suerte.
- Me explicó el párroco que asà es la vida que Dios nos sopló en el ánima y que no habÃa mucho que hacer ante esas calamidades.
- Pero no me preocupaba tanto el morirme como el no tener para comer lo suficiente el dÃa que llegara la Recelosa, como le llamaba a la muerte la señora Dominga.
- El Bóiler me dijo que si yo lo permitÃa él se harÃa cargo de la familia cuando llegara la Inevitable, como él le llamaba también a la Libertadora.
- Yo ya estaba hecho un esqueleto y me dolÃa todo el santo cuerpo. La Contrincante, como le llamaba don Raúl a la Antesala que es la muerte, ya se andaba queriendo llevar mi pellejo un dos abril.
- Pero entonces mi nuera me informó que estaba enterada de que iba a tener un hijo mÃo.
- El Bóiler suponÃa que eso me habÃa repuesto porque me puse a tejer como loco para que mi señora vendiera mis tejidos en el pueblo, en Torreblanca y en San Nicolás el Elevado.
- Los dolores desaparecieron a partir de julio y engordé unos kilitos.
- Me quiso matar una vez el Chesterton con su pistola, pero el doctor Merino me salvó la vida. Luego don Raúl también me cogió coraje y me trató de prender fuego.
- El antropólogo me dijo que harÃa un libro con mi vida. Pero la verdad, qué me importaba: yo ya era, lo que se dice, un hombre muerto.
Francisco Hinojosa
No hay comentarios.:
Publicar un comentario