Navidad y año nuevo

domingo, diciembre 26, 2004

Yo por eso no tomo.

Definición

miércoles, diciembre 15, 2004

Circo: lugar donde se permite a caballos, "ponies" y elefantes contemplar a los hombres, mujeres y niños en el papel de tontos.

Ambrose Bierce

Saludos Rou..

Y todo vuelve a la normalidad...

martes, diciembre 14, 2004


Los locos somos otro cosmos

sábado, diciembre 11, 2004

Otto colocó los shocks. Rodolfo mostró los ojos con horror: dos globos rojos, torvos, con poco fósforo como bolsos fofos; combó los hombros, sollozó: ? No doctor, no?loco no??
Sor Socorro lo frotó con yodo: ?Pon flojos los codos- rogó-, ponlos como yo. Nosotros no somos ogros? . Sor Flor tomó los mohosos polos color corcho ocroso; con gozo comprobó los shokcs con los focos: los tronó, brotó polvo con ozono.
Rodolfo oró, lloró con dolor: ?No doctor Otto, shokcs no?? . Sor Socorro con monótono rostro colocó los pomos: ocho con formol, dos con bromo, otros con cloro. Rodolfo los nombró ?doctos? , ?colosos?, con dolorosos tonos los honró. Como no los colmó, los provocó: ?Son sólo orcos, zorros, lobos. ¡ Monos roñosos!?
Sor Flor, con frondoso dorso, lo tomó por los hombros; Sor Socorro lo coronó como robot con hosco gorro con plomos.
Rodolfo con fogoso horror dobló los codos, forzó todos los poros, chocó con los pomos, los volcó; soltó tosco trompón, Sor Socorro rodó como tronco.

?¡ Pronto , doctor Otto ! - convocó Sor Flor - ¡ Pronto con cloroformo ! ¡ Yo lo cojo?!?
Rodolfo, lloroso con mocos, los confrontó como toro bronco; tomó rojo pomo, gordo como porrón. Sor Flor sonó como gong, rodó como trompo, zozobró.
Otto, solo con Rodolfo, rogó como follón, rogó con dolo: ?Rodolfo?don Rodolfo, yo lo conozco?como doctor no gozo con los shocks; son lo forzoso. Los propongo con hondo dolor?Yo lloro por todos los locos, con shocks los compongo??
--No, doctor. No - sopló ronco Rodolfo -. Los shocks no son modos. Los locos no somos pollos. Los shocks son como hornos, son potros con motor, sonoros como coros o como cornos? No, doctor Otto, los shocks no son forzosos, son solo poco costosos, son lo cómodo, lo no moroso, lo pronto? Doctor, los locos somos sólo otro cosmos, con otros otoños, con otro sol. No somos lo morboso; sólo somos otros. Lo otro, lo no ortodoxo. Otro horóscopo nos tocó, otro polvo nos formó los ojos, como formó los olmos o los osos o los chopos o los hongos. Todos somos colonos, sólo colonos.
Nosotros somos los locos, otros son loros, otros topos o zoólogos o, como vosotros, ontólogos. Yo no los compongo con shocks, no los troncho, no los rompo, no los normo?

Rodolfo monologó con honroso modo: probó, comprobó, cómo los locos son otros.
Otto, sordo como todo ortodoxo, no lo oyó, lo tomó por tonto; trocó todos los pros, los borró; sólo lo soportó por follón, obró con dolo, Rodolfo no lo notó. Otto rondó los pomos, tomó dos con cloroformo, como molotovs los botó. Rodolfo con los ojos rotos mostró los rojos hombros; notó poco dolor, borrosos los contornos, gordos los codos; flotó. Con horroroso torzón rodó con hondo sopor.
Rodolfo soñó, soñó con rocs, con blondos gnomos, con pomposos tronos, con pozos con oro, con foros boscosos con olorosos lotos. Todo lo tocó: los olmos con cocos, los conos con oporto rojo, los bongós con tonos como Fox Trot.

Otto lo forró con tosco cordón, lo sofocó. Rodolfo sólo roncó. Sor Socorro tornó con poco color. Sor Flor con bochorno tomó ron: ?Oh, doctor - lloró -, oh, oh, nos dobló con sonoro trompón?. Otto contó cómo lo controló.
- Otto, pospón los shocks - rogó Sor Socorro.
-No, no los pospongo. Loco o no yo lo jodo. No soporto los rollos? Pronto, ponlo con gorro.
¿ Cómo, doctor - notó Sor Flor - ocho volts ?
No, no sólo ocho. ¡ Todos los volts ! Yo no sólo drogo, yo domo? Lo domo o lo corrompo como bonzo.
¡ Oh no, doctor Otto ! , como bonzo no.
¡ Cómo no, Sor Socorro ! Nosotros no somos tórtolos o mocosos; somos los doctos? ¡ Ojo, sor Socorro ! No soporto los complots?

Otto con morbo soltó todos los volts, los prolongó con gozo. Sor Socorro con sonrojo sollozó. Sor Flor oró por Rodolfo. Rodolfo roló como mono, tronó como mosco.
Otto lo nombró: ?Don gorgojo?, ?loco roñoso?, ?golfo?. Rodolfo zozobró con sonso momo. Otto cortó los shocks.

Oscar de la Borbolla

Y quiero gritar...

viernes, diciembre 10, 2004



Ay! el Quijote..

sábado, diciembre 04, 2004

    O le falta al Amor conocimiento
    o le sobra crueldad, o no es mi pena
    igual a la ocasión que me condena
    al género más duro de tormento.

    Pero si Amor es dios, es argumento
    que nada ignora, y es razón muy buena
    que un dios no sea cruel. Pues, ¿quién ordena
    el terrible dolor que adoro y siento?

    Si digo que sois vos, Fili, no acierto;
    que tanto mal en tanto bien no cabe,
    ni me viene del cielo esta rüina.

    Presto habré de morir, que es lo más cierto;
    que al mal de quien la causa no se sabe
    milagro es acertar la medicina.

eeeeey...

martes, noviembre 30, 2004

You Are Creepy

Creepy!
Serial killers would run away from you in a flash.

How scary are you?

Saludos!

sábado, noviembre 27, 2004

Mi compu no sirve y no me acordaba del pass.. Pero al parecer ya vuelvo a postear =)

Las quince del lunes

lunes, noviembre 15, 2004

1. Abre el reproductor de mp3 de tu elección.
2. Pon toda tu música en random.
3. Escribe abajo las primeras 15 canciones que toque, no importa que tan embarazoso sea...



+ Nada es suficiente - Olga Román

+ I'm your man - Leonard Cohen

+ Repetition - Charlie Parker

+ Austin Tv - Ella no me conoce

+ Polar opposites - Modest mouse

+ I know - Placebo

+ Alone down there - Modest mouse

+ Shadowboxer - Fiona Apple

+ Your sweet six six six - HIM

+ Main offender - The Hives

+ You and me - Cranberries

+ Circo beat - Fito Paez

+ Hash pipe - Weezer

+ Entre el sol y dos ojos - Lucybell

+ The river - PJ Harvey


Qué bonito es el ocio...

Flores flores!

domingo, noviembre 14, 2004



Ash, iba a poner una canción que me gusta, de Eva Lumbre y no pude =(

I need some space to think...

viernes, noviembre 12, 2004


6

martes, noviembre 09, 2004

Mis nervios desafinan con la misma frecuencia que mis primas. Si por casualidad, cuando me acuesto, dejo de atarme a los barrotes de la cama, a los quince minutos me despierto, indefectiblemente, sobre el techo de mi ropero. En ese cuarto de hora, sin embargo, he tenido tiempo de estrangular a mis hermanos, de arrojarme a algún precipicio y de quedar colgado de las ramas de un espinillo.

Mi digestión inventa una cantidad de crustáceos, que se entretienen en perforarme el intestino. Desde la infancia, necesito que me desabrochen los tiradores, antes de sentarme en alguna parte, y es rarísimo que pueda sonarme la nariz sin encontrar en el pañuelo un cadáver de cucaracha.

Todavía, cuando llovizna, me duele la pierna que me amputaron hace tres años. Mi riñón derecho es un maní. Mi riñón izquierdo se encuentra en el museo de la Facultad de Medicina. Soy poliglota y tartamudo. He perdido, a la lotería, hasta las uñas de los pies, y en el instante de firmar mi acta matrimonial, me di cuenta que me había casado con una cacatúa.

Las márgenes de los libros no son capaces de encauzar mi aburrimiento y mi dolor. Hasta las ideas más optimistas toman un coche fúnebre para pasearse por mi cerebro. Me repugna el bostezo de las camas deshechas, no siento ninguna propensión por empollarle los senos a las mujeres y me enferma que los boticarios se equivoquen con tan poca frecuencia en los preparados de estricnina.

En estas condiciones, creo sinceramente que lo mejor es tragarse una cápsula de dinamita y encender, con toda tranquilidad, un cigarrillo.

Oliverio Girondo



Visita

martes, noviembre 02, 2004

No estoy.
No la conozco.
No quiero conocerla.
Me repugna lo hueco,
La afición al misterio,
El culto a la ceniza,
A cuanto se disgrega.
Jamás he mantenido contacto con lo inerte.
Si de algo he renegado es de la indiferencia.
No aspiro a transmutarme,
Ni me tienta el reposo.
Todavía me intrigan el absurdo, la gracia.
No estoy para lo inmóvil,
Para lo inhabitado.

Cuando venga a buscarme,
Díganle:
"se ha mudado".

Oliverio Girondo

Present and future tense

domingo, octubre 31, 2004



Los días sin Mariano

viernes, octubre 29, 2004

No sé sí alguna vez alcancé a contarles la historia de mis días sin Mariano. Algunos — como hoy —, fueron un misterio y un sentimiento hondo disparatado con mi pretensión de revivirlos. Mariano no era un hombre para mí; no era hombre para que yo — ni nadie— cayera en el tormento. Quizás una esposa bien adiestrada, todavía díscola por insatisfacción y muy apegada a la buena vida. 0 una amiga lejana y algo maltrecha como los recuerdos de colegio, demasiado torpes para ser ingeniosos y demasiado ávidos para ser Inocentes.

Y ahora que trato de contar — y es la primera vez que lo hago en mucho tiempo— con esa ligereza que da la sinceridad. con ese vuelo de las dos manos sobre la máquina portátil siento la invasión de la aventura. Insufrible, maltratada y llena de miedos soy lo que quedó después de Mariano pero también soy la que fuí durante el tiempo que duró la cosa: una intolerable y llorosa condena. a la prueba vieja como todas estas historias; infatigable víctima de una situación trivial: macho argentino, mucha seducción, poco caletre, cero en valoración afectiva; hembra argentina, sumisa y ansiosa depositaria de afanes, heroína de una tradición que exige hombres implacables y mujeres achuradas, lamentable binomio para una novela sin excesos, protagonistas de momentos demasiado largos en que lo escaso del goce desequilibró el fiel de la balanza. Sin embargo, debo confesar, que el muy condenado me dio placer. Varón doble, niño asesino, homicida de manera afable, cuánto me hizo gozar a veces. Paradójicamente, mis goces no tuvieron nada que ver con los sentidos. No son los ejemplares como Mariano quienes mejor hacen gozar a las mujeres sino los poetas de recursos magros, los, varones complacientes, los tranquilos y seguros capitanes de tormentas. Creo haber dicho que la placidez, el tiempo holgado, una lánguida humildad, conducen a la hora de los grandes suspiros. Y no eran esos los goces procurados aunque todos descuenten que Mariano — su porte, su aureola reluciente, su aura afortunada— logra grandes cosas al respecto. Voy a desvanecer esa ilusión. Voy a bajar sus humos. Amorosamente todavía, me ocuparé de colocarlo en su lugar. No era el gran hallazgo en la materia: demasiado apuro, demasiado nervio, demasiado rechazo visceral que le llega sabe Dios de qué escondidos resabios que lo vieron niño colegial maliciosamente atraído hacia la maestra, joven arrogante, hombre de suerte (lo dicen con envidia) acostumbrado al consentimiento, accesible y ansioso de mujercitas de paso. Que también hubo de las otras, vaya, si las hubo. Debe haberlas todavía y mi razón vacila escudriñando sus secretos mal guardados. ¡Ah, cómo deslizaba aquí y allá una y cándida o perversa alusión a su entusiasmo fulminante! Y cuánto pude sufrir! Pero no fueron esos goces sensuales los que consiguió conmigo sino otros, más hondos y veraces, los mejores quizá porque correspondían a otras zonas. Quién lo hubiera dicho. Mariano, que nunca pudo terminar la última página de un libro, Mariano cuya voz se había enronquecido en mandos arbitrarios, precisamente Mariano que no ha tenido más travesura que la mesa de trabajo, más misterio que una cama y más cultura que la que le dio el barniz de una educación parcial. Pero precisamente por todo eso y aun por algo más que me reservo, Mariano me dio goces, graciosamente entrelazados con lo mejor de mi naturaleza. Y es justo que esta noche cuente la historia de mi gratitud por la privacidad de sus almuerzos que se parecían a los favores reales, almuerzos en los que se cruzaban y fundían sus miradas y las mías; sus intenciones secretísimas y ms intenciones; hora y media de sol, paréntesis celeste, intermezzo en el mare mágnum de su vida dentro del que podíamos contarnos anécdotas que dábamos por ciertas y otras más íntimas, cuya gracia alentaba lo profundo de nuestra condición. Le debo goces tales. Y tantos, su voz muy dulce, rescatando en el teléfono la explosión amorosa que, frente a frente, exigía buena dosis de whisky. Por ejemplo: aquellas rosas que anunciaban: créame que necesito verla. Por ejemplo: aquella muestra de entusiasmo que levantaba el escote de mi blusa. Los candorosos celos que Mariano exponía sin pudor alguno. Por ejemplo: su buena fe abrumadora. Hasta sus embrollos y mentiras, ¡Ah cuánto gozo debo a estos veinte meses atroces! Ustedes lo presienten; dejan que algunos llamen cursi a lo que ocupa cada víscera con salvaje impertinencia. Hacen como que ignoran lo desierto que se queda Buenos Aires sin Mariano. Ya lo dije siempre: un pueblo. Un bajo en la depresión del río, un punto en el hemisferio austral que no vale la pena clasificar. Y no exagero. Tal era el tiempo sin él. En rigor a la verdad, fueron días muertos porque Mariano actuaba o Mariano era tentado por la carne o Mariano cambiaba de ubicación durante el lapso en el que —naturalmente— la vida también se detenía. Como esta lluvia de hoy 2 de febrero entre chaparrón y chaparrón. A Mariano que ama la forma de llover. Que abre la ventana, que corre la cortina, que bebe un whisky para desinhibirse. Cuánta ilusión había en la hora de la cita y en el ascensor que me depositaba fresca y graciosa a pocos metros de sus brazos. Lo cierto es que a sus brazos fuí a dar contadas veces, o me lo pareció. Pero cuán profundo era el goce de su perplejidad si me mostraba segura de mí misma y el de su veteranía si me mostraba segura.

Hay partes que no configuran esta historia y aun así son matices del recuento: me refiero a la vida que llevó Mariano a sus espaldas. La vida propia y sostenida por Mariano. Aquello que solía llamar sus trampas. Aun si enumero cuánto de mal y de repudiable hubo en todo eso, surge en cada línea que escribo para ustedes la dosis placentera con que a la hora de la cita me volvía inexplicablemente atractiva, apta para la esperanza y para cuanto tuviese que ocurrir.

Debo aclarar que vi morir el amor de Mariano como una velita que se sostiene con el aliento de un enfermo grave. Tengo al enfermo esta noche listo para la vivisección, la luz extenuada. Sin embargo, sé que — distinto a todos— no haré vivisección alguna. Me inclino reverente ante sus dedos de espátula y me asalta ternura por uñas corroídas. No habrá — como otrora, con otros— vivisección para Mariano. Entero por haberme querido, enterísimo por macho argentino y entero por insuficiencia amorosa. A cambio de eso, le pertenecí del todo, como si hubiera sido un gran amante clásico y no el flojazo que es. Le pertenezco y así será durante mucho tiempo como si todos los goces del cuerpo hubieran hecho tañir con voces de rico instrumento musical, mi voz, mi piel, mis ojos. Todo lo que tuvo Mariano sin desearlo demasiado o quizá por eso. Él, que vivía apresurado, distraído, todo me lo dio sin cambiar sus actitudes – flojo, falso, dual, poco generoso— seguro del sometimiento. Esta tarde en que estamos — como siempre— separados, la vida se me va tras de sus pasos, semiasfixiada de ansiedad por el misterio de su viaje actual, sin goce frente a las teclas de la máquina. Anochece, llovió como la tercera vez, cuando Mariano levantó la persiana y bebió otro trago absorto, ausente. Yo y Mariano ya no somos uno, debo ser realista, leal y fiel tal como vociferaba. Pero he gozado tanto con Mariano (a veces sin tocarlo, otras absorbiéndolo) que nuestra historia es como una cúpula nocturna dentro de la cual acaba de morir un astro. Que lo elija cada lector. Que lo elija Mariano. Hay que ponerle un nombre vital y común como las cosas que le gustan: un nombre de caballo a un astro que se muere. Conjurar tanto disparate. Volver a buscarlo aunque sea para recordar, grande es la memoria.

Y quien les dice que Mariano se sienta extraño como puede estarlo un gran macho argentino, corrido por sus ambiciones, por sus miedos y sus limitaciones. A lo mejor — quién sabe— suspirará despacio sobre el lado que le corresponde en la almohada conyugal. Segurísimo de haber zafado ya, cuando lo único cierto es que abrió la ventana y se puso a escudriñar hasta dar con la estrella que me habló — hábil mundano— (cuyo nombre —lástima— no alcancé a escuchar), lástima grande que eligiera una estrella que agoniza. Que tiritó entre ambos pero en seguida se agitó para morir. Sabido es que hasta las estrellas envejecen. Que se muere. Y bien: esta noche, sin que nadie lo sospeche, ha traído goces del alma a un cuerpo escuálido. Mis lectores anotarán como lugar común, aquello de morir de frío. Lo anotaran, pondrán un interrogatorio en el haber de Marta que les cuenta una historia. Mi Mariano (y casi da risa comprobarlo), el poderoso, habituado a violar intimidades y acceder a voluntad, el hombre siempre por la afirmativa es un muchacho que canta boleros y que va a escribir los versos más tristes. Y en los infinitos giros de la imaginación dará vueltas como el cuerpo indefenso al que una ola poderosa arranca de la arena y arrastra y hace gira también. Daremos un giro completo. Daremos vueltas hasta acertar con la palabra, los verbos, los vocativos y las interjecciones. Hemos probado una idea de lo que pudo ser y acaso fue o nunca ha sido o sólo ocurre que así deseamos que fuese — quizá mucho mejor u otra— Y esta historia que les cuento no tendrá final como apenas conoció un comienzo ya que todo transcurrió sobre el papel. Junto palabras con Ias que señalo el relato vacilante. No existió Mariano y las días que le correspondieron; lástima grande que ni días ni Mariano. Solamente las manos volando sobre la vieja máquina imaginando, una historia más para contarles. Mariano y lo que pudo suceder solamente como una secuencia del acto de escribir y una apetecible criatura de ficción que también me ha dejado sola escribiendo para ustedes. La larga ausencia de Mariano al que transferí como el hombre homicida de manera afable. Esta larga ausencia de Mariano que es el cuento evasivo, el que no se da, el que se escurre. Una ausencia larga que provoca este vacío absoluto en mí interior y a mi alrededor. Ya que los días sin Mariano son el papel en blanco, la máquina muda y la derrota de confesarme de ustedes sin historia.

Marta Lynch

Cuando me hablan del destino...


...cambio de conversación.

XIV

lunes, octubre 25, 2004

Mientras la hierba busque el techo
y los camiones de ruta vayan y vengan
llevando vacas al matadero
Y los de presidencia me envíen citatorios
Y los vecinos me redacten terribles amenazas
Y se apile la ropa sucia en los rincones...
Estará todo normal

Honorables ciudadanos:
Cuando el camión de la basura
se detenga en el 1910 de la calle
brinquen de felicidad y llamen a mi médico..
Entonces me estará llevando la chingada
y, entre los desperdicios, los papeles del baño,
latas vacías, un rastrillo viejo, frijoles agrios,
un vaso roto...
Mi alma le sonreirá al basurero

Horas..

martes, octubre 12, 2004



Fue entonces cuando decidí darme la vuelta y sacarte de mi cajón...

Gente

miércoles, octubre 06, 2004

Hoy recordé lo mucho que me gusta la página del Rak, ayer posteó una entrevista al Cosme, que me pareció muy buena.. Si tienes ganas ve a verla =)

La averiada vida de un hombre muerto

martes, octubre 05, 2004

  1. Alguna vez estuve metido en el fango.
  2. Estaba enterado de que había droga de por medio.
  3. Un hombre de estatura mediana y con sombrero de plumas me advirtió en una cantina que meterse con eso era riesgoso. Me dijo también que la cárcel era la cárcel y que era muy desagradable.
  4. Como quiera, olvidé pronto sus palabras y me metí.
  5. La señora González, que también estaba en el lodo, me convidó a comer un postre extraño en su finca y luego me explicó cómo enfangarme.
  6. No era tan complicado, pero tampoco tan fácil como me lo habían platicado.
  7. El Chesterton, como le decían, me condujo en su lujoso auto a la pista de aterrizaje.
  8. Volé como cinco horas en un avioncito gracioso al lado de un piloto cacarizo de nombre Ernesto, hombre de amplia experiencia.
  9. Dimos las bolsas que transportábamos a un tipo bajito y no nos pagó nada. Ernesto me explicó que así eran las cosas en el mundo de la droga. Aceptó y yo acepté, pues él era hombre de experiencia.
  10. Y por supuesto que no hubo problema, ya que me pagaron el dinero que me habían prometido y volví a casa cargado de billetes.
  11. El sapo, mi hijo, presumió en su escuela que ya éramos adinerados y mostró su bicicleta nueva. Luego le puse un diente de oro y le compré un reloj y una cadena.
  12. La comadre, que era mi esposa, puso una taquería en el centro y empezó a juntarse con la señora Dominga y sus amigas, que la verdad son gente muy de respeto por aquí. Son las primeras que comulgan en la parroquia.
  13. Luego el Chesterton me dijo que había un nuevo trabajo. Como el dinerito que había ganado empezaba a menguar, acepté y le pedí que me mandara con Ernesto porque ya éramos amigos.
  14. Pero las cosas ya habían cambiado: se trataba de que viajara en un avión comercial haciéndome pasar por un gran artista. En mi pasaporte decía que me llamaba Julián Jorge de la Llata Vizcaíno.
  15. Y para qué más que la verdad: lo hice tal y como el Chesterton me lo pidió. Entregué a un señor de corbata verde, lentes oscuros y un chipote rojo en la frente mi estuche de guitarra lleno de bolsitas.
  16. La gran feria que me dieron la invertí en un vestido de flores azules y amarillas para la Comadre, en una chamarra de cuero para el Sapo y en algunos terrenitos.
  17. El señor párroco me pidió, cuando fui a confesarme, que lo fuera a ver por la tarde.
  18. Entonces me explicó por qué era malo estar metido en el fango y prometió ayudarme a enderezar mi vida. Yo también lo ayudé con una buena limosna.
  19. Me costó mucho trabajo arrepentirme de lo que ya había hecho y ni modo. Y también aprender a ser el monaguillo de la parroquia.
  20. El Sapo estaba tan orgulloso que me presumía con sus amiguitos. Casi todos se desvivían por comulgar conmigo los domingos.
  21. Menos la Chacha, cuyos padres eran evangelistas o mahometanos o musulmanes y no gustaban de nuestras tradiciones.
  22. Me cayó entonces de sopetón la mala racha: no sé qué onda con los demás, pero al menos para mí abril es el mes más cruel. Me pasaron cuantas cosas pueda uno imaginarse y más. Desde el desmayo que sufrí en plena eucaristía hasta el paludismo del Sapo, el robo de los borreguitos, la muerte por agua de la niña que nos llevaba los jacintos, la milpa anegada el horrible silencio que se oía los domingos. Incluso se nos murió el gerente del banco.
  23. El Chesterton me dijo que si yo ya estaba en el negocio no podía zafarme de él. Le expliqué lo mismo que me explicó el párroco y me dijo que eran puras tonterías y que para él yo no era un hombre imbecil. Escupió al piso y sin querer le atinó a mi zapato.
  24. Le pedí que me dejara pensarlo. Lo consulté primero con mi papá –quien me empujó a aceptar el trato-, y luego con el párroco –quien me contó cómo era la vida en el temido infierno. Al fin deseché la oferta del Chesterton al día siguiente.
  25. La Comadre le presumió a todo el pueblo que yo me había negado. Y recibió a cambio muestras de verdadero cariño y respeto.
  26. Entonces me pidieron que fuera el nuevo presidente municipal. La verdad me sentí muy halagado. Hasta la señora Dominga me dio su voto de confianza y preparó dos gallinas rellenas para convencerme.
  27. Cuando el párroco se enteró de que yo había aceptado, me dio su bendición y me dijo que le entrara a ese toro con responsabilidad y con fe en el gran Juicio que estaba por llegar.
  28. Entré en funciones en junio, ya muy lejos del fatídico abril.
  29. Mi nuevo trabajo consistía en dar despensas y en ayudar a la parroquia, en ordenar que les cortaran las manos a los rateros de ganado y en ser el primero en cantar el himno todos los lunes. También tenía que nombrar a los que debían pagar los cohetes en nuestras festividades y casar a quienes debían casarse.
  30. Tenía siete policías a mi cargo y la gente me llamaba todos los días para saludarme y preguntar cómo había dormido. Por las tardes me boleaba los zapatos y jugaba dominó con el sereno Ramoncito, el dueño del Hotel Emperador y sus muy simpáticos amigos.
  31. Una señora prostituta, a la que había visitado varias veces en mis edades tempranas, me exigió justicia. Le habían inventado que ella se robaba las gallinas y los gansos de la familia Esternón. El problema fue que la señora Argentina Esternón me visitó para pedirme también justicia Al cabo de un tiempito, pagué yo de mi bolsa las aves robadas y le regalé a la señorita prostituta una docena de patos. El párroco estuvo de acuerdo conmigo y me dijo que era de noble espíritu.
  32. Entonces el Chesterton se presentó en mi oficina en su silla de ruedas. “Pero, ¿qué te pasó, hombre?�, le dije. “Ya ves�, me contestó. Hablamos durante quince minutos del Negocio y no llegamos a nada. Él me dijo “¡cobarde!�, y yo le pregunté si sabía lo que era el maldito infierno. Las llamas del infierno.
  33. Durante los ratos libres que tenía, especialmente en las tardes, me puse a tejer. Yo pensaba entonces que lo mejor para todos los del pueblo era producir y trabajar y así mantener a nuestras familias. Para dar un buen ejemplo, dejé de aceptar los traguitos.
  34. La Comadre vendió bien mis productos y me dio mucho aliento. Y así se pasaron los meses.
  35. Una noche se me ocurrió que me faltaban estudios. Ella estuvo de acuerdo y renuncié al trabajo en la presidencia municipal para irme con mi familia a estudiar a la ciudad.
  36. Nos hicieron una fiesta de despedida. Entre todos contrataron al mariachi de San Andrés para que amenizara el adiós.
  37. La barbacoa le hizo daño al pobre del Sapo. Se la pasó vomitando en serio y con muchos retortijones. Cuando el doctor Merino nos dijo que estaba fuera de peligro, partimos a la urbe, como le decía el sereno de Ramoncito a la ciudad.
  38. Si me hubiera acordado no hubiera hecho lo que hice: ir a la urbe en pleno mes de abril.
  39. Un señor de bigotes nos quitó todo el dinero que llevábamos. Y luego la pobre de la Comadre se nos enfermó de sarampión y terminamos todos en un hospital.
  40. El Sapo se dedicó a conseguir el dinero para las medicinas y yo el de la comida. Hacíamos un buen equipo.
  41. Alfinmente, en mayo, conseguimos un buen cuarto donde vivir y una buena escuela para el Sapo. La Comadre se empleó de muchacha y yo me las arreglé durante un buen rato con las limosnas. Luego me puse a lavar coches y a entrarle al negocio de las ventas.
  42. Sin embargo, por más que quise ponerme a estudiar no pude. Nunca entendí cómo había que hacerle para ser un doctor. Y eso que no fue tan difícil meter al Sapo a estudiar la secundaria.
  43. Hasta que una señora de apellido Mendizábal me explicó todo.
  44. No me hice doctor pero sí negociante. Aprendí a vender la lotería, y luego las medicinas, y luego los artículos de tocador, y luego los animales.
  45. Viajaba a la selva, cazaba changos y guacamayas y tigrillos y se los vendía a un caballero, que a su vez se los vendía a los zoológicos de otras partes del mundo.
  46. Para entonces, el Sapo se nos casó, abandonó sus estudios, me dio un nieto al que decidió llamar Agustín y se puso a trabajar en la industria textil. Tenía, como yo, cuando me casé con su señora madre, dieciséis años.
  47. Un hombre llamado Pilz me invitó a su tierra para que trabajara con él en mi especialidad. La Comadre y yo viajamos en avión (yo ya le había platicado lo que se sentía estar en el aire).
  48. El señor Pilz me puso a atrapar animales en su rancho para que luego él los vendiera.
  49. Todo jalaba muy bien –pues yo sabía atrapar a los animalitos de su rancho-, salvo porque no nos entendíamos con los demás cazadores, que hablaban otra lengua y no se divertían con nosotros. En las fiestas de todas las noches nos echaban a un lado como si fuéramos bestias.
  50. La Comadre me dijo que esa vida ya le empezaba a disgustar, aunque comiéramos todos los días guisado. Y que extrañaba a nuestro Sapito.
  51. Yo también andaba como cabizbajo y no se me levantaba la moral.
  52. Para poder regresarnos a la urbe tuvimos que hacernos asaltantes. La Comadre me aseguraba que el párroco no estaría de acuerdo con nuestros planes. Le prometí que luego nos confesaríamos con él y asunto arreglado. Y entonces nos pusimos a asaltar.
  53. Nomás llegamos a la urbe con nuestros ahorritos nos enteramos de que el Sapo ya había procreado otra chavala. Le dije que lo mejor, en esas circunstancias, sería regresar a nuestra tierra y él aceptó.
  54. Sus amigos nos hicieron una gran despedida con tamales de puerco y cerveza. La Cristinita, mi nieta, se la pasó con mocos toda esa tarde hasta que se nos resfrió.
  55. Al regresar a nuestro pueblo, esa misma noche, nos hicieron una fiesta de bienvenida con sándwiches y tequila.
  56. El Chesterton, que era el nuevo presidente municipal, consiguió la música: un trío de San Nicolás El Elevado. La señora Dominga llevó globos y dulces para los niños. El párroco estaba tan contento con nuestro regreso y también tan cansado que, sin confesarnos, nos dejó tres padrenuestros y diez avemarías para absolvernos de todos nuestros pecados.
  57. Yo me puse a tejer. La comadre se puso a vender mis tejidos. El Sapo se puso a ayudarle al boticario. La Tachuela, que es mi nuera, se puso a cuidar a los niñitos y a prepararnos todos los días la comida. Sus caldos nos ponían felices.
  58. Y la verdad nos iba muy bien, hasta que el Sapo tuvo una riña y nos lo mataron con un puñal.
  59. El Chesterton metió a los asesinos en la cárcel y yo le pedí que me dejara arreglar el asunto. Yo creo que me vio tan dolido por la muerte del Sapito que me dijo “ándale, haz lo que tienes que hacer�. Maté a los asesinos a trancazos, con la ayuda de un hombre llamado el Bóiler.
  60. Luego la señora González me dijo que tenía un encarguito para mí. Y como ya andaba bastante escaso de recursos, lo acepté.
  61. Había que llevar su dinerito a la urbe y dárselo a un hombre con piochita y bolsa de piel de serpiente. Me aseguró de que se trataba de una operación muy sencilla. Y yo le creí.
  62. Lo hice tal y como me lo había explicado y no hubo problema. Después de hacer la operación, el señor de la piochita me dijo que también podía darme un encarguito, si yo quería. “A ver, ¿de qué se trata?�, le pregunté. “Nomás de hacerte pendejo un rato y dejar que un güerito te ponga en la madre y te robe esta bolsita que ves.�
  63. En realidad el güerito no me pegó mucho. Pero como ya había aceptado dejé que me robara la bolsita y que me diera unos cuantos trancazos. El cliente me dio el dinero convenido y me fui a la estación de camiones.
  64. Cuando me confesé, el párroco me dijo que no entendía nada. Y que dejarse pegar y robar algo que no era mía no era malo. Sólo me dijo que para otra vez preguntara. Yo estuve de acuerdo y él me absolvió.
  65. Esa noche, la Comadre me dijo que tenía entendido que íbamos a tener otro hijo.
  66. Con el dinero que había ganado hice una fiesta para celebrar. Y sobraron tantos pollos y tanto mole que tuvimos que repartirlo entre los vecinos. La señora Dominga, que iba a ser nuestra comadre, mía y de la Comadre, contrató a la tambora de San Isidro, que es la más famosa.
  67. Un señor de lentecitos me dijo que era antropólogo y que quería entrevistarme. Me pagaba muy poco en comparación con el Chesterton o el señor Pilz o el de la piochita, pero alfinmente acepté.
  68. Se trataba de platicarle mi vida, y así lo hice, desde que mataron a mis antepasados padres hasta el día en que me metí al fango.
  69. Cristinita me pedía una y otra vez que le contara el cuento de cómo maté a los que mataron a su padre. Le encantaba oírme.
  70. Unos señores llegaron al pueblo a comprar muchos terrenitos. Pero el sereno Ramoncito, con su gran inteligencia nos dijo a los del pueblo que nos anduviéramos con cuidado, porque de seguro nos harían lo mismo que a los de San Nicolás El Elevado.
  71. Sacamos nuestros machetes y nuestros rifles y de plano los corrimos. Estaban tan espantados que ni se acordaron de recoger las cazuelas en las que habían cocinado su almuerzo.
  72. La Comadre me dio una mujercita. Le queríamos poner Antonia, como se llamaba mi señora madre, pero la señora Dominga nos pidió que le pusiéramos Carmelita, como se llamaba la suya.
  73. Un jueves de Pascua me topé en la cantina con el seor de estatura mediana y sombrero de plumas. Estaba más viejo. Me preguntó que cómo me había ido. Le conté que no me había ido tan mal, aunque ahora ya estaba empobrecido. Él me dijo que ya era un hombre de lana y que podía ayudarme. Se llamaba don Raúl.
  74. Lo ayudé a enterrar unos familiares que se le habían muerto, me pagó y me dijo que contara con él cuando ya no tuviera dinero.
  75. El ocho de abril me caí a un barranco por andar persiguiendo a una cabrita que no tenía dueño. El Chesterton y don Raúl le pagaron al doctor Merino para que me curara la dorsal.
  76. El diez de abril la señora González me llevó otro postre extraño y me pidió un favorcito: que le dijera a don Raúl que ella quería verlo para entrar en tratos.
  77. Don Raúl me agradeció al principio el recado, y luego de meditarlo me pidió que mejor la matara. Yo sentía que el párroco no me iba a perdonar un asesinato, ni tampoco ella. Pero la verdad la situación familiar era muy difícil.
  78. Con todo el dinero que me dio don Raúl compré muchos terrenitos y se los vendí luego a otros señores que también querían comprar terrenitos en nuestro pueblo. El sereno Ramoncito y el párroco me dijeron que hacía bien al comprar y vender.
  79. A partir de la venta de los terrenitos, la Comadre, la Tachuela, Agustín, Cristinita, Carmelita y yo fuimos a San Nicolás El Elevado porque la cosa se estaba poniendo muy caliente en el pueblo.
  80. Después de indagar, el antropólogo llegó a nuestra casa para seguir con el relato de mi vida. Y yo me puse a inventarlo cosas para que se siguiera emocionando con mi historia.
  81. Para entonces, ya vivía en San Nicolás la señorita prostituta que me había enseñado a ser hombre. Me la encontré en la plaza y me dijo que andaba necesitada de dinero. Le di los únicos pesos que tenía.
  82. También me dijo que si quería lana, allí estaba la Tachuela y que ella se encargaría de todo. De llevar los dineritos a la casa.
  83. Que ni qué, mi nuera nos mantuvo por más de un año con la ayuda de la señorita prostituta. Y también de don Raúl, que era el mejor cliente.
  84. Desde fines de marzo ya andaba nervioso porque iba a llegar otro abril y no sabía qué sorpresas me aguardaban.
  85. Y fueron muchas, pero todas para bien. Don Raúl me pidió que le volviera a enterrar a sus muertitos, la Tachuela se comprometió con el dueño de la ferretería más grande de San Nicolás el Elevado, el Chesterton me ofreció ser policía y la Cristinita embarneció.
  86. Lo único malo de ese seco abril fue que a la Comadre le dio otro sarampión y se me murió en la cama.
  87. Por consiguiente le dije a mi nuera que tenía que retractarse de su compromiso porque yo ya andaba sin mujer.
  88. Al principio el párroco se opuso a nuestra boda, pero terminó casándonos porque era lo mejor para todos. Hasta el ferretero comprendió la situación y llevó la música.
  89. Como al pobre de don Raúl se le seguían muriendo sus parientes, yo tenía trabajo asegurado dándoles su cristiana sepultura y cobrando buenos billetes. Ya se le habían muerto tantos que ni se le veía triste.
  90. Luego Cristinita terminó de embarnecer y me dio un bisnieto de nombre Joselito, hijo del Bóiler, que también se llamaba así y se apellidaba Ternero.
  91. Y más luego, ya entrados en febrero, el doctor Merino me mandó a hacerme unos análisis en Torreblanca y me dijo que tenía “eso� y que ni modo, a mí me tocó en suerte.
  92. Me explicó el párroco que así es la vida que Dios nos sopló en el ánima y que no había mucho que hacer ante esas calamidades.
  93. Pero no me preocupaba tanto el morirme como el no tener para comer lo suficiente el día que llegara la Recelosa, como le llamaba a la muerte la señora Dominga.
  94. El Bóiler me dijo que si yo lo permitía él se haría cargo de la familia cuando llegara la Inevitable, como él le llamaba también a la Libertadora.
  95. Yo ya estaba hecho un esqueleto y me dolía todo el santo cuerpo. La Contrincante, como le llamaba don Raúl a la Antesala que es la muerte, ya se andaba queriendo llevar mi pellejo un dos abril.
  96. Pero entonces mi nuera me informó que estaba enterada de que iba a tener un hijo mío.
  97. El Bóiler suponía que eso me había repuesto porque me puse a tejer como loco para que mi señora vendiera mis tejidos en el pueblo, en Torreblanca y en San Nicolás el Elevado.
  98. Los dolores desaparecieron a partir de julio y engordé unos kilitos.
  99. Me quiso matar una vez el Chesterton con su pistola, pero el doctor Merino me salvó la vida. Luego don Raúl también me cogió coraje y me trató de prender fuego.
  100. El antropólogo me dijo que haría un libro con mi vida. Pero la verdad, qué me importaba: yo ya era, lo que se dice, un hombre muerto.
Francisco Hinojosa

lunes, octubre 04, 2004

* ¿Sí se notó que me agrada la palabra "rancio"?

3 centavos

Pues sí, no he posteado desde hace un rato..
Fue el concierto del Palomas este fin y no pude ir porque no tenía ni un peso y el rancio del Palomas no me invitó la entrada, o al menos se hizo wey.. En fin, espero verlo cuando venga para Guadalajara o toparmelo en el cerva, si le dan ganas de ir al cabrón..

Otra de mis tragedias es la escuela: tuve exámen de TODAS mis materias. Es ahi cuando me da hueva estar en dos escuelas al mismo tiempo, pero bueh.. la mayor parte del tiempo es bastante divertido.

Sabe por qué, pero creo que mi redacción es pésima..

Tengo ganas de salir, de irme a conocer algún lugar nuevo.. Por lo pronto me voy a Vallarta el viernes y al cervantino rancio para el cierre..

(Ay, ya recordé por qué no escribo esto a manera de diario.. Creo que llevo una vida media rancia)

Fin

Repetida

lunes, septiembre 27, 2004



La casa del Asterión

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Loas enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.

No sólo he imaginado eso juegos, también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes, la casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris, he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor, Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.

-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.

Jorge Luis Borges

Cansancio

miércoles, septiembre 22, 2004

Cansado.
¡Sí!
Cansado
de usar un solo bazo,
dos labios,
veinte dedos,
no sé cuántas palabras,
no sé cuantos recuerdos,
grisáceos,
fragmentarios.

Cansado,
muy cansado
de este frío esqueleto,
tan púdico,
tan casto,
que cuando se desnude
no sabrá si es el mismo
que usé mientras vivía.

Cansado.
¡Sí!
Cansado
por carecer de antenas,
de un ojo en cada omóplato
y de una cola autentica,
alegre
desatada,
y no este rabo hipócrita,
degenerado,
enano.

Cansado,
sobre todo,
de estar siempre conmigo,
de hallarme cada día,
cuando termina el sueño,
allí, donde me encuentre,
con las mismas narices
y con las mismas piernas;
como si no deseara
esperar la rompiente con un cutis de playa,
ofrecer, al rocío, dos senos de magnolia,
acariciar la tierra con un vientre de oruga,
y vivir, unos meses, adentro de una piedra.


Oliverio Girondo

Oye...

lunes, septiembre 20, 2004

Por más que tengan los volúmenes andando
viviendo tus membranas
saltando como una rana
por más que intentes esquivarlo en algún vuelo
hay algo que te rasca
algo anda mal, mal, algo falla
dando vueltas por tu cuarto sin sentido
esperando algún milagro y no pasa nada



Te hacen falta vitaminas..

Mataz

viernes, septiembre 17, 2004

Si esto llegase a acabar
ve mis ojos
mírame directo a los ojos
yo sabré mentir a Dios
por verte hoy
hoy...

Lucybell

El mendigo de almas

Había gastado, en las primeras horas de la noche, los últimos cinco céntimos que me quedaban para un café sin que la habitual bebida me hubiese dado la inspiración que buscaba y de la cual tenía urgente necesidad. En aquellos tiempos padecía casi siempre de hambre, hambre de pan y de gloria, y ningún padre ni hermano existían para mí en el mundo. El director de una revista -un hombrón pálido y taciturno- aceptaba mis cuentos cuando no tenía nada mejor que publicar y me daba cada vez cincuenta liras, ni más ni menos, cualesquiera fuesen el valor y la extensión de lo que le llevaba. En aquella noche de enero el espacio estaba lleno de viento y de campanas; de un viento nervioso y gruñón y de campanas horriblemente monótonas. Había entrado en el gran café (luz blanca, caras soñolientas) y había vaciado lentamente mi taza, esforzándome por despertar en mi cerebro la reminiscencia de alguna curiosa aventura, obstinándome en aguijonear mi imaginación para que creara una historia cualquiera que me diese de vivir por algunos días. Tenía necesidad de escribir un cuento esa noche misma para llevárselo a la mañana siguiente al director, quien me anticiparía lo suficiente como para poder comer hasta saciarme. Por lo tanto, me hallaba dolorosamente atento al río de mis pensamientos, pronto a saltar sobre la primera idea, la imagen inicial que se prestara a llenar el montoncito de hojas blancas ya numeradas dispuesto ante mí. Pasaron así cuatro horas y cuarto de inútil y nerviosa espera. Mi alma estaba vacía, mi imaginación lenta, mi cerebro cansado. Renuncié: puse sobre la mesa las últimas monedas y salí. No bien estuve afuera, una frase imprevista se apoderó de mi mente -una frase que había escuchado repetir muchas veces y cuyo autor no recordaba. "Si un hombre cualquiera, incluso el más simple, supiese narrar su vida entera construiría una de las más grandes novelas que se hayan escrito nunca." Durante cerca de diez minutos esta frase ocupó y dominó mi mente sin que yo fuera capaz de extraer de ella ninguna consecuencia. Pero cuando estuve cerca de casa me detuve y de improviso me pregunté: "¿Por qué no hacer esto? ¿Por qué no contar la vida de un hombre cualquiera, un hombre verdadero, del primer hombre común con que tropiece? Yo no soy un hombre común y, por otra parte, he contado mi vida tantas veces en mis cuentos que no sabría que cosa nueva agregar. Es necesario que yo encuentre ahora, inmediatamente, a un hombre cualquiera, alguien que no conozca, un hombre normal, y que lo fuerce a decirme quién es y qué ha hecho.
¡Esta noche tengo absolutamente necesidad de una vida humana! ¡No quiero pedir a nadie una limosna en dinero pero pediré y exigiré por la fuerza una limosna biográfica!" Este proyecto era tan simple y singular que decidí ejecutarlo en seguida. Volví la espalda a mi casa y me dirigí hacia el centro de la ciudad, donde en esa hora tardía aún podría encontrar hombres. Y así marché, nuevo y extraño mendigo, en busca de la víctima que usufructaría. Caminé rápidamente, mirando hacia adelante, clavando la mirada en el rostro de los transeúntes y tratando de elegir bien a quien debía saciar mi hambre. Como un ladrón nocturno o un agresor ratero me situé al acecho en una encrucijada y esperé el paso de un hombre cualquiera, el hombre común a quien implorar la caridad de una confesión.

Al primero que pasó bajo el farol -estaba solo y me pareció de mediana edad- no quise detenerlo porque su cara surcada por extrañas arrugas era demasiado interesante y yo quería realizar la experiencia en las condiciones menos favorables. Pasó también un jovencito envuelto en un gabán pero sus cabellos revoloteantes y sus ojos de mascador de hashish me detuvieron porque adiviné en él a un soñador, un fantasioso, un alma no suficientemente usual y común.
El tercero que pasó, viejo y completamente lampiño, canturreaba para sí, con inflexiones melancólicas, un motivo popular español que debía recordarle toda una vida plena de sol y de amor, una vida dorada, báquica, meridional. Tampoco él me servía y no lo detuve.

Yo mismo no sé recordar con exactitud mi exasperación de esos momentos.
Imaginen a este singular bandolero mendicante, hambriento, excitado, que espera en una encrucijada a un hombre que no conoce, que desea escuchar una vida que ignora, que arde en el deseo de arrojarse sobre una presa desconocida. Y como por un absurdo y despectivo azar los hombres que pasan no son los que él busca: son hombres que llevan en la cara los signos de su originalidad y de su vida fuera de lo ordinario. ¡Cuánto había dado en esos instantes para ver ante mí a uno de aquellos innumerables filisteos de rostros rosados y tranquilos como los de los cerdos jóvenes que me habían provocado náuseas o divertido tantas veces! En esa época yo era empecinado y animoso y esperé todavía bajo el farol que a ratos se oscurecía o resplandecía según los vaivenes del viento. Las calles estaban ya desiertas a esa hora y el viento había alejado a los noctámbulos. Sólo algunas sombras presurosas animaban la ciudad. Una de ellas pasó finalmente bajo el farol donde esperaba e inmediatamente vi que me servía. Era un hombre ni joven ni viejo, ni demasiado buen mozo ni desagradable de rostro, de ojos calmos, bigotes bien rizados y cubierto de un pesado gabán en buen estado.

No bien pasó a mi lado di algunos pasos y lo detuve. El hombre se echó hacia atrás del susto y levantó un brazo como para defenderse pero lo calmé en seguida: -No tema usted nada, señor- le dije con mi voz más suave -; no soy ni un asesino ni un ladrón ni tampoco un mendigo. Un mendigo, en realidad, sí, pero no pido monedas. No le pediré más que una cosa, y una cosa que no le costará nada: el relato de su vida.

El hombre abrió desmesuradamente sus ojos y nuevamente se echó hacia atrás.
Advertí que me creía loco y por eso continué con la mayor calma: -No soy lo que usted cree, no estoy loco. Soy solamente algo parecido, o sea un escritor.
Debo escribir para mañana un cuento y este cuento me salvará del hambre y quiero que me diga quién es y cuál ha sido su vida hasta ahora para que con ella pueda tener el argumento de mi relato. Tengo una total necesidad de usted, de su confesión, de su vida. No me niegue esta gracia, no rehúse ayudar a un miserable. ¡Usted es lo que yo buscaba y con la materia que me dé quizás escriba mi obra maestra!

Al oír estas palabras el hombre pareció conmoverse y no me miró ya con miedo, sino más bien con piedad.

-Si mi vida le es tan necesaria- dijo -, no tengo ninguna dificultad en contársela, tanto más que es de una simpleza absoluta. Nací hace treinta y cinco años de padres acomodados, honestos y bien pensantes. Mi padre era empleado, mi madre tenía una pequeña renta. Fui hijo único y a los seis años comencé a ir a la escuela. A los once completé los estudios primarios sin que hubiese estudiado mucho o poco. A esa edad ingresé en la escuela preparatoria, a los dieciséis en el liceo, a los diecinueve en la universidad, a los veinticuatro me gradué, siempre sin dar pruebas de inteligencia demasiado brillante o de necedad irremediable. Cuando obtuve el título mi padre me consiguió un empleo en el ferrocarril y me presentó a mi prometida. El empleo me absorbe ocho horas diarias y no requiere más que un poco de memoria y de paciencia. Cada seis años mi sueldo aumenta automáticamente en doscientas liras. Sé que a los 64 años tendré una jubilación de 3453 liras y 62 centavos.
Mi prometida me convenía y me casé con ella al año. Nunca hubo entre nosotros inútiles sentimentalismos. Iba a visitarla tres veces por semana y dos veces al año -para su cumpleaños y en Navidad- le llevaba sendos regalos y le daba dos besos. De ella he tenido dos hijos: un varón y una niña. El varón tiene diez años y será ingeniero; la niña tiene nueve y será maestra. Vivo tranquilo, sin sobresaltos y sin mareos. Me levanto todas las mañanas a las ocho y a las nueve, por la noche, voy a un café donde hablo de la lluvia y de la nieve, de la guerra y del gobierno con cuatro compañeros de la oficina. Y ahora que le he contestado, déjeme irme porque han pasado diez minutos de la hora en que debo regresar a casa.

Y dicho esto, con gran calma el hombre hizo ademán de irse. Quedé por un momento perturbado por el miedo. Aquella vida monótona, común, regular, prevista, medida, vacía me llenó de una tristeza tan aguda, de un temor tan intenso que casi estuve a punto de romper en llanto y escapar. Y sin embargo, me demoré todavía. "¡He aquí -me dije- el famoso hombre normal y común en nombre del cual los médicos austeros nos desprecian y nos condenan como dementes y degenerados! Aquí está el hombre modelo, el hombre tipo, el verdadero héroe de nuestros días, la pequeña rueda de la gran máquina, la piedrecita de la gran muralla; el hombre que no se nutre de sueños malsanos ni de locas fantasías. Este hombre que yo creía imposible, inexistente, imaginario está ante mí, medroso y terrible en la inconsciencia de su incolora felicidad." Pero el hombre no esperó al término de mis pensamientos y se adelantó para irse. Todavía aterrorizado, pero con obstinación lo seguí y le pregunté:
-En verdad, ¿no hay nada más en su vida? ¿Nunca le sucedió nada?
¿Ninguno ha tratado de matarlo? ¿Su mujer no lo ha traicionado? ¿Sus jefes no lo han perseguido?
-Nada de eso me ha ocurrido- respondió con una cortesía algo molesta -; nada de lo que me dice. Mi vida ha transcurrido en calma, igual, regular, sin demasiadas alegrías, sin grandes dolores, sin aventuras...

-¿Sin ninguna aventura, señor -lo interrumpí-; por lo menos una? Trate de recordar bien, busque en su memoria; no puedo creer que no le haya sucedido nada, nunca, siquiera una sola vez. ¡Su vida sería verdaderamente demasiado horrible!
-Le aseguro que no he tenido nunca ninguna aventura- respondió el Hombre Común con un esfuerzo extremo de gentileza-, por lo menos hasta esta noche. Mi encuentro con usted, señor novelista, ha sido mi primer aventura. Si tiene necesidad de ella, cuéntela.

Y sin darme tiempo para contestarle se fue tocándose ligeramente el ala del sombrero. Yo permanecí todavía algunos momentos parado en ese lugar como bajo la pesadilla de una cosa increíble. Volví por la mañana a mi cuarto y no escribí el cuento. Desde esa noche no logro más reírme de los hombres comunes.

Giovanni Papini

Realismo total...

miércoles, septiembre 15, 2004

Jooo, esto me lo robé de con el mora


I see good things in
the future. For other
people.

Billy's Weird...cat...thing tells your fortune!

Voltio

lunes, septiembre 13, 2004



Pues últimamente he estado escuchando mucho a los de Voltio y creo que también he estado en la mayoría de sus presentaciones y me parecen bastante chidos. Son unos tipos de Guadalajara que, según su página, pretenden demostrar que son una propuesta fresca, con un sonido llamado post grunge y road rock.

En fin, si les interesó mi super descripción de la banda, lléguenle a su página donde pueden bajar sus rolas, en lo personal me agrada bastante la de Caminar...

Jooo... Qué idiota

domingo, septiembre 12, 2004





You Know You're Mexican When....


You have ever been hit by a chancla.

You grew up scared by something called "El Cucuy."

Others tell you to stop screaming when you are really just talking.

You light a candle on the night of the Lotto drawing.

You use your lips to point something out.

You constantly refer to cereal as "con fleis".

Your mother yells at the top of her lungs to call you to dinner even if it's a one bedroom apartment.

You can dance ranchera, cumbia or salsa without music.

You use "manteca" (lard) instead of olive oil and can't figure out why your butt is getting bigger.

You call your sneakers "tenees".

You have at least thirty cousins.

You can't imagine anyone not liking spicy food.

You are in a 5-passenger car with 7 people in it and a person shouting "subanse, todavia caben".

Whenever you feel under the weather, you compulsively dab on some "Vics" vapor rub all over your chest and inside your nostrils.

Your mom packs your "lonchera" everyday.

You or someone you know uses "Tres Flores" in their hair.


Tamales, champurrado, posole and menudo are must haves on Thanksgiving.

There is more Budweiser than punch at little Juanito's birthday party.

There is at least one member in your family name Maria, Guadalupe, Juan, Jose, or Jesus.

Everyone still thinks Cesar Chavez is the best boxer even if he lost against Oscar De La Hoya.

You've gone to the Pulgamarket every weekend for years.

You step into a house that has all those little figurines taking up every inch of space on/under the TV.

You have a porcelain cat, dog, Buddha, or elephant in your living room.

You have plastic slipcovers on your sofas.

You swear "Choco Mil" is the same as Slim Fast and try to lose weight by drinking it.

You have a drunk uncle/aunt.

You're still afraid to open that umbrella in your house.

You not only know who Don Francisco from Sabado Gigante is, but you tell people he's your tio.

Your mother, tia or hermana's hair is blackcherry, "Sun in" red or a burgundy that would make Celia Cruz jealous.

You always try to find out what town another fellow Latino's family is from.

You have ever had to "beepiar" a friend on their pager.

You wear your Sunday best to do laundry at the laundrymat and go grocery shopping.

You have told your kid not to walk the floor barefoot or they'll catch a cold.

You go to a wedding or Quiencienera, gossip about how bad the comida is, but be the first to take a plato to go.

You have a bottle of Tapatio in your purse.

Your cousins are delinquents / hootchies.


You have a chola in your barrio named "La Flaca" who's bigger than a house.

You think Cristina trumps Oprah any day.

You have a cousin named "Guero" who's darker than night.

You know a chola named "La Shy Girl" who is loud and obnoxious.

You need to point out how much something you just bought cost.

You go to a white friends house for dinner and don't understand the concept of sitting at a table.

You've tried to bring a mango back to the US from Mexico, and a bonus point if you actually made it all the way home with it.

You have a bottle of Bacardi or Tequila in your house right now.

You drive a "Cheby", an "Ohsmobeel" or a "Bolswahgon"

You're proud to be Mexican - and you pass these jokes on to all your Mexican friends!





Get Your Own "You Know You're" Meme Here



More cool things for your blog at
Blogthings

* Y no pude ir a ver a Lila Downs...

Voy a hablar de la esperanza

Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también lo sufriría. Si no fuese hombre ni ser vivo siquiera, también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente.

Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de causa. ¿Qué sería su causa? ¿Dónde está aquello tan importante, que dejase de ser su causa? Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa. ¿A qué ha nacido este dolor, por sí mismo? Mi dolor es del viento del norte y del viento del sur, como esos huevos neutros que algunas aves raras ponen del viento. Si hubiera muerto mi novia, mi dolor sería igual. Si la vida fuese, en fin, de otro modo, mi dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente.

Miro el dolor del hambriento y veo que el hambre anda tan lejos de mi sufrimiento, que de quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de yerba al menos. Lo mismo el enamorado. ¡Qué sangre la suya más engendrada, para la mía sin fuente ni consumo!

Yo creía hasta ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente, padres o hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer y si lo pusiesen en la estancia oscura, no daría luz y si lo pusiesen en una estancia luminosa, no echaría combra. Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente.

César Vallejo

Simplemente sexy

viernes, septiembre 10, 2004



Palabras de la griega

lunes, septiembre 06, 2004



No me guardes en tu imaginación.
No me pienses.
Tus ojos están llenos de espléndida ponzoña.
No me mires.
Que mi saliva te inunde la garganta.
No me asfixies.
Deja de agusanar mi mente confundida.
No me pudras.
Guarda mis incisivos en una caja de plata
pero no te arrodilles ante sus resplandores.
No me reces.
Que mis ropajes no sirvan de velamen
a los navíos sin patria.
No me rasgues.
Que mis coágulos no vivan en tus uñas
ni en los nudillos que derriban templos.
No me maldigas.
En la herida la sal halle su suerte.

Francisco Hernández

Lenguaje cabalístico

jueves, septiembre 02, 2004


Escribo, porque no he encontrado una mejor manera de tocarte, ni otra avenida que esta calzada de palabras desde la que te puedo mostrar cierto sistema planetario al que todavía guardo una profunda estimación. ¿Cómo evitar que el día quede hundido sin objeto en las calles irregulares de la ciudad? ¿Cómo impedir que escapes, que desaparezcas al torcer una esquina? Aquí te vuelves un murmullo y tu respiración es el vapor de la tinta al secarse; este es el sitio al que acudes puntual o donde me esperas dormida. Aquí siempre es de noche cuando vuelvo tras haberme extraviado en la rutina, o después de perseguir, junto con otros cuervos, objetos cuyo brillo resultó falso. Yo adquiero aquí ese trasfondo al que te llevo, porque no es solo tu sexo, ni el imán de tus senos desbordados en la mesa, ni tu vientre que termina en un oasis negro. Escribo, porque no es sólo tu cuerpo ni yo el suicida paseándose nervioso en la azotea ni es solamente el tiempo. Es más bien una forma para que las vocales rueden como el sudor por tus labios.

Tú vienes aquí para cobrar esa profundidad que te falta, esa raíz sin la cual los meses giran inútilmente. Pero tu propio hallazgo no te deja tranquila: piensas que no eres completamente tú, que no es tuyo el brazo que mueves cuando desde la puerta dices adiós; que esa mano demasiado interesada en hurgar mis papeles no puede ser la tuya y que tu rostro poco tiene que ver con la línea que te prolonga por el canal de estos renglones. Y es cierto, tampoco esta duda y esta inconformidad te pertenecen. Aquí nada se parece a nada, aunque cada imagen sea tu imagen y cada sonrisa salga de ti. Aquí es donde yo escribo prolongando el rumbo de una mirada o la ruta de un ademán. Aquí, con el humo y la caligrafía, te hago bajar los párpados y extiendo tu cuerpo. Porque finalmente ninguna evasiva te sirve: ni la parvada de ángeles mutilados que aletean en ese sueño, ni los días que no recuerdas al repasar la semana una y otra vez, ni tu boca que pretende huir por el margen izquierdo de esta página donde apareces tendida sin voluntad. Eres esa colina que momentáneamente forma el oleaje del papel, cuando mi mano entorpecida por tu aparición palpa su superficie o vuelve atrás colocando puntos y tildes. Y al leer estas palabras, sin que lo puedas evitar, por mas que bajes la voz, vibran tus labios y este sonido te recorre la piel.

Después será el silencio, las calles que se alargan hasta la madrugada y los faroles de siempre desvelándose solitarios hasta el amanecer, y vendrá, no lo dudes, el goteo infinito del abecedario con sus frases hechas. Después dejarás de ver estas palabras donde mis dedos convertidos en sílabas te recorren y humedecen. Después no será nada: a lo más una huella digital que se borra en tu cuello o en tu cintura. Pero ahora, entiéndelo, ya no son las palabras lo que escuchas: es el ruido de la pluma al dibujar tus consonantes, es la puntuación que se desplaza por tus piernas y las marca con lunas ortográficas: es por fin tu cuerpo jadeante.

Oscar de la Borbolla

In flesh and in eye contact, nothing would be lost...

miércoles, septiembre 01, 2004






Kurt Halsey Frederiksen

La princesa y el enano

martes, agosto 31, 2004

Había una vez una princesa que vivía en un palacio muy grande. El día en que cumplía trece años hubo una gran fiesta, con trapecistas, magos, payasos... Pero la princesa se aburría. Entonces, apareció un enano, un enano muy feo que daba brincos y hacía piruetas en el aire. El enano fue todo un acontecimiento.

Bravo, Bravo, decía la princesa aplaudiendo y sin dejar de reír, y el enano,contagiado de su alegría, saltaba y saltaba, hasta que cayó al suelo rendido. "Sigue saltando, por favor" dijo la princesa. Pero el enano ya no podía más. La princesa se puso triste y se retiró a sus aposentos...

Al rato, el enano, orgulloso de haber agradado a la princesa, decidió ir a buscarla, convencido de que ella se iría a vivir con él al bosque. "Ella no es feliz aquí" pensaba el enano. "Yo la cuidaré y la haré reír siempre". El enano recorrió el palacio, buscando la habitación de la princesa, pero al llegar a uno de los salones vio algo horrible. Ante él había un monstruo que
lo miraba con ojos torcidos y sanguinolentos, con unas manos peludas y unos pies enormes. El enano quiso morirse cuando se dio cuenta de que aquel monstruo era él mismo, reflejado en un espejo. En ese momento entró la princesa con su séquito.

"Ah estas aquí, qué bien, baila otra vez para mí, por favor". Pero el enano estaba tirado en el suelo y no se movía. El médico de la corte se acercó a él y le tomó el pulso. "Ya no bailará más para vos, princesa" le dijo. "¿Por qué?" preguntó la princesa. "Porque se le ha roto el corazón". Y la princesa contestó: "De ahora en adelante, que todos los que vengan a palacio no tengan corazón".

Sepa por qué es usted machista

lunes, agosto 30, 2004



1. Porque le falta el principal de los sentidos: el del humor.
2. Porque se siente Dios, aunque no sea Ministro.
3. Porque cree todo lo que le dicen los medios (o miedos) de difusión de la Argentina actual, y ya tiene el cerebro más lavado que mate cebado por un polaco.
4. Porque su mamá es una santa, por lo tanto las demás mujeres son unas brujas.
5. Porque su mamá es una bruja, por lo tanto las demás mujeres también.
6. Porque no tiene mamá y no consigue quien lo mime.
7. Porque en realidad le gustan más los hombres, aunque no ejerza.
8. Porque quiere hacer mérito ante los centros de poder, exclusivamente masculinos: empresariado, Fuerzas Armadas, animadores de TV, deporte, sindicatos, clero, pompas fúnebres, etcétera.
9. Porque todo ese asunto de la gestación y el parto le da miedo y asquete, como la educación sexual al Ministro de Educación.
10. Porque usted tiene los mismos atributos de Woody Allen pero no le dan el mismo resultado.
11. Porque no soporta la idea de un rechazo sexual hacia usted o hacia otro, y cree que la bella siempre debe estar a disposición de la bestia.
12. Porque usted no vive en el presente (y para eso lo ayudan mucho) sino en la prehistoria mental, y se da manija con tangos del 40.
13. Porque usted es burro y en lugar de corregirlo con tiempo y esfuerzo lo disimula con agresividad.
14. Porque usted es culto pero culturiza fuera de la maceta, y leyó a Julián Marías y no a Simone de Beauvoir.
15. Porque en el fondo es antisemita, antinegro, antiobrero, antijoven, pero como eso ya no corre se desquita con la misoginia, que aquí y ahora viene con premio (pero no se descuide: por poco tiempo más).
16. Porque usted ama el orden por sobre todo, y cada cosa en su lugar las mujeres en la cocina (o en cueros en tapas de revistas), y Pinochet, Castro y García Meza en el poder.
17. Porque cree que la inepcia es cuestión de sexo, que es como creer en la cigueña o en elecciones inminentes.
18. Porque teme que las mujeres hagamos rancho aparte, y no piensa que son los hombres quienes lo inventaron y perpetúan. (Ver punto 8.)
19. Porque supone que la mujer quiere imitar al varón, y no sabe que antes muerta que imitar a semejante fabricante de desastres, desde la guerra atómica hasta el IVA.
20. Porque le gusta que al mundo lo manejen los colectiveros.
21. Porque tiene mucha paciencia para dejarse pisar la cabeza por cualquier matón y muy poca para comprender errores de mujeres, que al fin y al cabo son, históricamente, debutantes en la mayoría de las profesiones.
22. Porque teme que las mujeres "pierdan la femineidad", cosa imposible de perder, salvo que usted llame así a cosméticos y pilchas.
23. Porque usted teme que le roben algo y no sabe bien qué, a pesar de que a diario lo saqueen y basureen, y no precisamente las mujeres.
24. Porque es sincero, y vale más machista recuperable que "feminista" patrocinante como un papito que a las pretensiones femeninas dice que sí PERO...

Ahora ya sabe. Con estos 24 puntos usted ahorra años y fortunas en psicoanálisis. Usted puede ser hombre o mujer, el machismo tampoco es cuestión de genes: poca gente más machista que algunas mujeres, sólo que ellas lo son por instinto de conservación, por despiste, por imitar a los hombres, por comodidad o porque así las dejan hablar por TV. Usted también lo es por todas estas razones pero además porque se cree superiorcito: hace unos 10.000 años que le pasan el aviso y claro, usted sigue comprando un producto inexistente. Ahora puede seguir siendo machista, pero con apoyo logístico. No se trata tampoco de ejercer la represión desde estas páginas. Es posible que la perseverancia le acarree aplausos y sensación de deber cumplido, amén de las palmadas de la patota. Pero ojo que no hay premio mayor que saberse persona inteligente y civilizada. Si no opta por eso, estará contribuyendo a la contaminación mental, que es la que nos mata. Y no la humedad.
Estará inflando la maquinaria del prejuicio y la prepotencia y al fin se va a quedar solo como un ciempiés, de luto, convertido en drácula de utilería y en hazmerreír de las criaturas primaverales.

María Elena Walsh