Repetida

lunes, septiembre 27, 2004



La casa del Asterión

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Loas enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.

No sólo he imaginado eso juegos, también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes, la casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris, he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor, Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.

-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.

Jorge Luis Borges

Cansancio

miércoles, septiembre 22, 2004

Cansado.
¡Sí!
Cansado
de usar un solo bazo,
dos labios,
veinte dedos,
no sé cuántas palabras,
no sé cuantos recuerdos,
grisáceos,
fragmentarios.

Cansado,
muy cansado
de este frío esqueleto,
tan púdico,
tan casto,
que cuando se desnude
no sabrá si es el mismo
que usé mientras vivía.

Cansado.
¡Sí!
Cansado
por carecer de antenas,
de un ojo en cada omóplato
y de una cola autentica,
alegre
desatada,
y no este rabo hipócrita,
degenerado,
enano.

Cansado,
sobre todo,
de estar siempre conmigo,
de hallarme cada día,
cuando termina el sueño,
allí, donde me encuentre,
con las mismas narices
y con las mismas piernas;
como si no deseara
esperar la rompiente con un cutis de playa,
ofrecer, al rocío, dos senos de magnolia,
acariciar la tierra con un vientre de oruga,
y vivir, unos meses, adentro de una piedra.


Oliverio Girondo

Oye...

lunes, septiembre 20, 2004

Por más que tengan los volúmenes andando
viviendo tus membranas
saltando como una rana
por más que intentes esquivarlo en algún vuelo
hay algo que te rasca
algo anda mal, mal, algo falla
dando vueltas por tu cuarto sin sentido
esperando algún milagro y no pasa nada



Te hacen falta vitaminas..

Mataz

viernes, septiembre 17, 2004

Si esto llegase a acabar
ve mis ojos
mírame directo a los ojos
yo sabré mentir a Dios
por verte hoy
hoy...

Lucybell

El mendigo de almas

Había gastado, en las primeras horas de la noche, los últimos cinco céntimos que me quedaban para un café sin que la habitual bebida me hubiese dado la inspiración que buscaba y de la cual tenía urgente necesidad. En aquellos tiempos padecía casi siempre de hambre, hambre de pan y de gloria, y ningún padre ni hermano existían para mí en el mundo. El director de una revista -un hombrón pálido y taciturno- aceptaba mis cuentos cuando no tenía nada mejor que publicar y me daba cada vez cincuenta liras, ni más ni menos, cualesquiera fuesen el valor y la extensión de lo que le llevaba. En aquella noche de enero el espacio estaba lleno de viento y de campanas; de un viento nervioso y gruñón y de campanas horriblemente monótonas. Había entrado en el gran café (luz blanca, caras soñolientas) y había vaciado lentamente mi taza, esforzándome por despertar en mi cerebro la reminiscencia de alguna curiosa aventura, obstinándome en aguijonear mi imaginación para que creara una historia cualquiera que me diese de vivir por algunos días. Tenía necesidad de escribir un cuento esa noche misma para llevárselo a la mañana siguiente al director, quien me anticiparía lo suficiente como para poder comer hasta saciarme. Por lo tanto, me hallaba dolorosamente atento al río de mis pensamientos, pronto a saltar sobre la primera idea, la imagen inicial que se prestara a llenar el montoncito de hojas blancas ya numeradas dispuesto ante mí. Pasaron así cuatro horas y cuarto de inútil y nerviosa espera. Mi alma estaba vacía, mi imaginación lenta, mi cerebro cansado. Renuncié: puse sobre la mesa las últimas monedas y salí. No bien estuve afuera, una frase imprevista se apoderó de mi mente -una frase que había escuchado repetir muchas veces y cuyo autor no recordaba. "Si un hombre cualquiera, incluso el más simple, supiese narrar su vida entera construiría una de las más grandes novelas que se hayan escrito nunca." Durante cerca de diez minutos esta frase ocupó y dominó mi mente sin que yo fuera capaz de extraer de ella ninguna consecuencia. Pero cuando estuve cerca de casa me detuve y de improviso me pregunté: "¿Por qué no hacer esto? ¿Por qué no contar la vida de un hombre cualquiera, un hombre verdadero, del primer hombre común con que tropiece? Yo no soy un hombre común y, por otra parte, he contado mi vida tantas veces en mis cuentos que no sabría que cosa nueva agregar. Es necesario que yo encuentre ahora, inmediatamente, a un hombre cualquiera, alguien que no conozca, un hombre normal, y que lo fuerce a decirme quién es y qué ha hecho.
¡Esta noche tengo absolutamente necesidad de una vida humana! ¡No quiero pedir a nadie una limosna en dinero pero pediré y exigiré por la fuerza una limosna biográfica!" Este proyecto era tan simple y singular que decidí ejecutarlo en seguida. Volví la espalda a mi casa y me dirigí hacia el centro de la ciudad, donde en esa hora tardía aún podría encontrar hombres. Y así marché, nuevo y extraño mendigo, en busca de la víctima que usufructaría. Caminé rápidamente, mirando hacia adelante, clavando la mirada en el rostro de los transeúntes y tratando de elegir bien a quien debía saciar mi hambre. Como un ladrón nocturno o un agresor ratero me situé al acecho en una encrucijada y esperé el paso de un hombre cualquiera, el hombre común a quien implorar la caridad de una confesión.

Al primero que pasó bajo el farol -estaba solo y me pareció de mediana edad- no quise detenerlo porque su cara surcada por extrañas arrugas era demasiado interesante y yo quería realizar la experiencia en las condiciones menos favorables. Pasó también un jovencito envuelto en un gabán pero sus cabellos revoloteantes y sus ojos de mascador de hashish me detuvieron porque adiviné en él a un soñador, un fantasioso, un alma no suficientemente usual y común.
El tercero que pasó, viejo y completamente lampiño, canturreaba para sí, con inflexiones melancólicas, un motivo popular español que debía recordarle toda una vida plena de sol y de amor, una vida dorada, báquica, meridional. Tampoco él me servía y no lo detuve.

Yo mismo no sé recordar con exactitud mi exasperación de esos momentos.
Imaginen a este singular bandolero mendicante, hambriento, excitado, que espera en una encrucijada a un hombre que no conoce, que desea escuchar una vida que ignora, que arde en el deseo de arrojarse sobre una presa desconocida. Y como por un absurdo y despectivo azar los hombres que pasan no son los que él busca: son hombres que llevan en la cara los signos de su originalidad y de su vida fuera de lo ordinario. ¡Cuánto había dado en esos instantes para ver ante mí a uno de aquellos innumerables filisteos de rostros rosados y tranquilos como los de los cerdos jóvenes que me habían provocado náuseas o divertido tantas veces! En esa época yo era empecinado y animoso y esperé todavía bajo el farol que a ratos se oscurecía o resplandecía según los vaivenes del viento. Las calles estaban ya desiertas a esa hora y el viento había alejado a los noctámbulos. Sólo algunas sombras presurosas animaban la ciudad. Una de ellas pasó finalmente bajo el farol donde esperaba e inmediatamente vi que me servía. Era un hombre ni joven ni viejo, ni demasiado buen mozo ni desagradable de rostro, de ojos calmos, bigotes bien rizados y cubierto de un pesado gabán en buen estado.

No bien pasó a mi lado di algunos pasos y lo detuve. El hombre se echó hacia atrás del susto y levantó un brazo como para defenderse pero lo calmé en seguida: -No tema usted nada, señor- le dije con mi voz más suave -; no soy ni un asesino ni un ladrón ni tampoco un mendigo. Un mendigo, en realidad, sí, pero no pido monedas. No le pediré más que una cosa, y una cosa que no le costará nada: el relato de su vida.

El hombre abrió desmesuradamente sus ojos y nuevamente se echó hacia atrás.
Advertí que me creía loco y por eso continué con la mayor calma: -No soy lo que usted cree, no estoy loco. Soy solamente algo parecido, o sea un escritor.
Debo escribir para mañana un cuento y este cuento me salvará del hambre y quiero que me diga quién es y cuál ha sido su vida hasta ahora para que con ella pueda tener el argumento de mi relato. Tengo una total necesidad de usted, de su confesión, de su vida. No me niegue esta gracia, no rehúse ayudar a un miserable. ¡Usted es lo que yo buscaba y con la materia que me dé quizás escriba mi obra maestra!

Al oír estas palabras el hombre pareció conmoverse y no me miró ya con miedo, sino más bien con piedad.

-Si mi vida le es tan necesaria- dijo -, no tengo ninguna dificultad en contársela, tanto más que es de una simpleza absoluta. Nací hace treinta y cinco años de padres acomodados, honestos y bien pensantes. Mi padre era empleado, mi madre tenía una pequeña renta. Fui hijo único y a los seis años comencé a ir a la escuela. A los once completé los estudios primarios sin que hubiese estudiado mucho o poco. A esa edad ingresé en la escuela preparatoria, a los dieciséis en el liceo, a los diecinueve en la universidad, a los veinticuatro me gradué, siempre sin dar pruebas de inteligencia demasiado brillante o de necedad irremediable. Cuando obtuve el título mi padre me consiguió un empleo en el ferrocarril y me presentó a mi prometida. El empleo me absorbe ocho horas diarias y no requiere más que un poco de memoria y de paciencia. Cada seis años mi sueldo aumenta automáticamente en doscientas liras. Sé que a los 64 años tendré una jubilación de 3453 liras y 62 centavos.
Mi prometida me convenía y me casé con ella al año. Nunca hubo entre nosotros inútiles sentimentalismos. Iba a visitarla tres veces por semana y dos veces al año -para su cumpleaños y en Navidad- le llevaba sendos regalos y le daba dos besos. De ella he tenido dos hijos: un varón y una niña. El varón tiene diez años y será ingeniero; la niña tiene nueve y será maestra. Vivo tranquilo, sin sobresaltos y sin mareos. Me levanto todas las mañanas a las ocho y a las nueve, por la noche, voy a un café donde hablo de la lluvia y de la nieve, de la guerra y del gobierno con cuatro compañeros de la oficina. Y ahora que le he contestado, déjeme irme porque han pasado diez minutos de la hora en que debo regresar a casa.

Y dicho esto, con gran calma el hombre hizo ademán de irse. Quedé por un momento perturbado por el miedo. Aquella vida monótona, común, regular, prevista, medida, vacía me llenó de una tristeza tan aguda, de un temor tan intenso que casi estuve a punto de romper en llanto y escapar. Y sin embargo, me demoré todavía. "¡He aquí -me dije- el famoso hombre normal y común en nombre del cual los médicos austeros nos desprecian y nos condenan como dementes y degenerados! Aquí está el hombre modelo, el hombre tipo, el verdadero héroe de nuestros días, la pequeña rueda de la gran máquina, la piedrecita de la gran muralla; el hombre que no se nutre de sueños malsanos ni de locas fantasías. Este hombre que yo creía imposible, inexistente, imaginario está ante mí, medroso y terrible en la inconsciencia de su incolora felicidad." Pero el hombre no esperó al término de mis pensamientos y se adelantó para irse. Todavía aterrorizado, pero con obstinación lo seguí y le pregunté:
-En verdad, ¿no hay nada más en su vida? ¿Nunca le sucedió nada?
¿Ninguno ha tratado de matarlo? ¿Su mujer no lo ha traicionado? ¿Sus jefes no lo han perseguido?
-Nada de eso me ha ocurrido- respondió con una cortesía algo molesta -; nada de lo que me dice. Mi vida ha transcurrido en calma, igual, regular, sin demasiadas alegrías, sin grandes dolores, sin aventuras...

-¿Sin ninguna aventura, señor -lo interrumpí-; por lo menos una? Trate de recordar bien, busque en su memoria; no puedo creer que no le haya sucedido nada, nunca, siquiera una sola vez. ¡Su vida sería verdaderamente demasiado horrible!
-Le aseguro que no he tenido nunca ninguna aventura- respondió el Hombre Común con un esfuerzo extremo de gentileza-, por lo menos hasta esta noche. Mi encuentro con usted, señor novelista, ha sido mi primer aventura. Si tiene necesidad de ella, cuéntela.

Y sin darme tiempo para contestarle se fue tocándose ligeramente el ala del sombrero. Yo permanecí todavía algunos momentos parado en ese lugar como bajo la pesadilla de una cosa increíble. Volví por la mañana a mi cuarto y no escribí el cuento. Desde esa noche no logro más reírme de los hombres comunes.

Giovanni Papini

Realismo total...

miércoles, septiembre 15, 2004

Jooo, esto me lo robé de con el mora


I see good things in
the future. For other
people.

Billy's Weird...cat...thing tells your fortune!

Voltio

lunes, septiembre 13, 2004



Pues últimamente he estado escuchando mucho a los de Voltio y creo que también he estado en la mayoría de sus presentaciones y me parecen bastante chidos. Son unos tipos de Guadalajara que, según su página, pretenden demostrar que son una propuesta fresca, con un sonido llamado post grunge y road rock.

En fin, si les interesó mi super descripción de la banda, lléguenle a su página donde pueden bajar sus rolas, en lo personal me agrada bastante la de Caminar...

Jooo... Qué idiota

domingo, septiembre 12, 2004





You Know You're Mexican When....


You have ever been hit by a chancla.

You grew up scared by something called "El Cucuy."

Others tell you to stop screaming when you are really just talking.

You light a candle on the night of the Lotto drawing.

You use your lips to point something out.

You constantly refer to cereal as "con fleis".

Your mother yells at the top of her lungs to call you to dinner even if it's a one bedroom apartment.

You can dance ranchera, cumbia or salsa without music.

You use "manteca" (lard) instead of olive oil and can't figure out why your butt is getting bigger.

You call your sneakers "tenees".

You have at least thirty cousins.

You can't imagine anyone not liking spicy food.

You are in a 5-passenger car with 7 people in it and a person shouting "subanse, todavia caben".

Whenever you feel under the weather, you compulsively dab on some "Vics" vapor rub all over your chest and inside your nostrils.

Your mom packs your "lonchera" everyday.

You or someone you know uses "Tres Flores" in their hair.


Tamales, champurrado, posole and menudo are must haves on Thanksgiving.

There is more Budweiser than punch at little Juanito's birthday party.

There is at least one member in your family name Maria, Guadalupe, Juan, Jose, or Jesus.

Everyone still thinks Cesar Chavez is the best boxer even if he lost against Oscar De La Hoya.

You've gone to the Pulgamarket every weekend for years.

You step into a house that has all those little figurines taking up every inch of space on/under the TV.

You have a porcelain cat, dog, Buddha, or elephant in your living room.

You have plastic slipcovers on your sofas.

You swear "Choco Mil" is the same as Slim Fast and try to lose weight by drinking it.

You have a drunk uncle/aunt.

You're still afraid to open that umbrella in your house.

You not only know who Don Francisco from Sabado Gigante is, but you tell people he's your tio.

Your mother, tia or hermana's hair is blackcherry, "Sun in" red or a burgundy that would make Celia Cruz jealous.

You always try to find out what town another fellow Latino's family is from.

You have ever had to "beepiar" a friend on their pager.

You wear your Sunday best to do laundry at the laundrymat and go grocery shopping.

You have told your kid not to walk the floor barefoot or they'll catch a cold.

You go to a wedding or Quiencienera, gossip about how bad the comida is, but be the first to take a plato to go.

You have a bottle of Tapatio in your purse.

Your cousins are delinquents / hootchies.


You have a chola in your barrio named "La Flaca" who's bigger than a house.

You think Cristina trumps Oprah any day.

You have a cousin named "Guero" who's darker than night.

You know a chola named "La Shy Girl" who is loud and obnoxious.

You need to point out how much something you just bought cost.

You go to a white friends house for dinner and don't understand the concept of sitting at a table.

You've tried to bring a mango back to the US from Mexico, and a bonus point if you actually made it all the way home with it.

You have a bottle of Bacardi or Tequila in your house right now.

You drive a "Cheby", an "Ohsmobeel" or a "Bolswahgon"

You're proud to be Mexican - and you pass these jokes on to all your Mexican friends!





Get Your Own "You Know You're" Meme Here



More cool things for your blog at
Blogthings

* Y no pude ir a ver a Lila Downs...

Voy a hablar de la esperanza

Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también lo sufriría. Si no fuese hombre ni ser vivo siquiera, también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente.

Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de causa. ¿Qué sería su causa? ¿Dónde está aquello tan importante, que dejase de ser su causa? Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa. ¿A qué ha nacido este dolor, por sí mismo? Mi dolor es del viento del norte y del viento del sur, como esos huevos neutros que algunas aves raras ponen del viento. Si hubiera muerto mi novia, mi dolor sería igual. Si la vida fuese, en fin, de otro modo, mi dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente.

Miro el dolor del hambriento y veo que el hambre anda tan lejos de mi sufrimiento, que de quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de yerba al menos. Lo mismo el enamorado. ¡Qué sangre la suya más engendrada, para la mía sin fuente ni consumo!

Yo creía hasta ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente, padres o hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer y si lo pusiesen en la estancia oscura, no daría luz y si lo pusiesen en una estancia luminosa, no echaría combra. Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente.

César Vallejo

Simplemente sexy

viernes, septiembre 10, 2004



Palabras de la griega

lunes, septiembre 06, 2004



No me guardes en tu imaginación.
No me pienses.
Tus ojos están llenos de espléndida ponzoña.
No me mires.
Que mi saliva te inunde la garganta.
No me asfixies.
Deja de agusanar mi mente confundida.
No me pudras.
Guarda mis incisivos en una caja de plata
pero no te arrodilles ante sus resplandores.
No me reces.
Que mis ropajes no sirvan de velamen
a los navíos sin patria.
No me rasgues.
Que mis coágulos no vivan en tus uñas
ni en los nudillos que derriban templos.
No me maldigas.
En la herida la sal halle su suerte.

Francisco Hernández

Lenguaje cabalístico

jueves, septiembre 02, 2004


Escribo, porque no he encontrado una mejor manera de tocarte, ni otra avenida que esta calzada de palabras desde la que te puedo mostrar cierto sistema planetario al que todavía guardo una profunda estimación. ¿Cómo evitar que el día quede hundido sin objeto en las calles irregulares de la ciudad? ¿Cómo impedir que escapes, que desaparezcas al torcer una esquina? Aquí te vuelves un murmullo y tu respiración es el vapor de la tinta al secarse; este es el sitio al que acudes puntual o donde me esperas dormida. Aquí siempre es de noche cuando vuelvo tras haberme extraviado en la rutina, o después de perseguir, junto con otros cuervos, objetos cuyo brillo resultó falso. Yo adquiero aquí ese trasfondo al que te llevo, porque no es solo tu sexo, ni el imán de tus senos desbordados en la mesa, ni tu vientre que termina en un oasis negro. Escribo, porque no es sólo tu cuerpo ni yo el suicida paseándose nervioso en la azotea ni es solamente el tiempo. Es más bien una forma para que las vocales rueden como el sudor por tus labios.

Tú vienes aquí para cobrar esa profundidad que te falta, esa raíz sin la cual los meses giran inútilmente. Pero tu propio hallazgo no te deja tranquila: piensas que no eres completamente tú, que no es tuyo el brazo que mueves cuando desde la puerta dices adiós; que esa mano demasiado interesada en hurgar mis papeles no puede ser la tuya y que tu rostro poco tiene que ver con la línea que te prolonga por el canal de estos renglones. Y es cierto, tampoco esta duda y esta inconformidad te pertenecen. Aquí nada se parece a nada, aunque cada imagen sea tu imagen y cada sonrisa salga de ti. Aquí es donde yo escribo prolongando el rumbo de una mirada o la ruta de un ademán. Aquí, con el humo y la caligrafía, te hago bajar los párpados y extiendo tu cuerpo. Porque finalmente ninguna evasiva te sirve: ni la parvada de ángeles mutilados que aletean en ese sueño, ni los días que no recuerdas al repasar la semana una y otra vez, ni tu boca que pretende huir por el margen izquierdo de esta página donde apareces tendida sin voluntad. Eres esa colina que momentáneamente forma el oleaje del papel, cuando mi mano entorpecida por tu aparición palpa su superficie o vuelve atrás colocando puntos y tildes. Y al leer estas palabras, sin que lo puedas evitar, por mas que bajes la voz, vibran tus labios y este sonido te recorre la piel.

Después será el silencio, las calles que se alargan hasta la madrugada y los faroles de siempre desvelándose solitarios hasta el amanecer, y vendrá, no lo dudes, el goteo infinito del abecedario con sus frases hechas. Después dejarás de ver estas palabras donde mis dedos convertidos en sílabas te recorren y humedecen. Después no será nada: a lo más una huella digital que se borra en tu cuello o en tu cintura. Pero ahora, entiéndelo, ya no son las palabras lo que escuchas: es el ruido de la pluma al dibujar tus consonantes, es la puntuación que se desplaza por tus piernas y las marca con lunas ortográficas: es por fin tu cuerpo jadeante.

Oscar de la Borbolla

In flesh and in eye contact, nothing would be lost...

miércoles, septiembre 01, 2004






Kurt Halsey Frederiksen