12 cosas para no aburrirse en el supermercado

miércoles, marzo 30, 2005

1. Consigue 24 cajas de condones y colócalas al azar en los carros de la gente cuando no miren

2. Programa todos los despertadores de la sección hogar para que suenen en intervalos de 5 minutos

3. Haz un rastro de zumo de tomate en el suelo camino de los servicios

4. Acércate a un empleado y dile en tono serio: "código 3 en hogar" y observa la reacción

5. Monta una tienda de campaña en el departamento de camping y diles al resto de los compradores que solo les invitas si traen almohadas deldepartamento de camas

6. Cuando se te acerque una dependienta y te pregunte si te puede ayudar, empieza a llorar y pregunta: ¿por qué no me podéis dejar en paz?

7. Mira fijamente a la cámara de seguridad y utilízala de espejo mientras pescas en tu nariz

8. Mientras miras pistolas/cuchillos pregúntale a la dependienta si sabe donde están los anti-depresivos

9. Anda por el supermercado de forma sospechosa mientras tarareas en alto la música de misión imposible

10. Escóndete en los percheros y cuando la gente este echando un vistazo grita "fóllame, fóllame"

11. Cuando haya un aviso por megafonía ponte en posición fetal mientras dices "otra vez las voces"

12. Metete en un probador y grita muy alto : eh, no hay papel !!!!

Las venus feas

lunes, marzo 14, 2005

Mozambique (Africa Oriental), 28 de mayo.

He conocido aquí a un riquísimo negociante y armador portugués que vive en Mozambique, durante varios meses del año, para vigilar sus negocios. Se llama Francisco de Azevedo, es una persona afable, de maneras abiertas, de óptimo gusto y posee una hermosa cultura. Hace pocos días me invitó a cenar en su residencia, situada un poco en las afueras de la ciudad, donde no tiene más compañía que la de sus servidores y servidoras de color.

Después de tomar el café y una vez encendidos los cigarros, mi amable anfitrión me dijo con aire de hacerme una confidencia preciosa

- A pesar de las apariencias paso aquí una vida melancólica. Ya ha muerto la mujer que amaba; mis hijas se han casado en América, no tengo a nadie, no puedo querer a nadie. Las mujeres y los hombres que viven en esta isla, de cualquier raza y color que sean, son personas horribles, de una fealdad obtusa que ni siquiera tienen los rasgos monstruosos y encantados de los primitivos auténticos. Son todos bastardos y mestizos, teniendo al mismo tiempo los vicios de la civilización y las miserias de la barbarie. Los soporto, pero sufro. Para atenuar el horror de esta malhecha humanidad he debido procurare una evasión y quiero hacerle ver en qué consiste.

Me hizo pasar por varios cuartos vacíos, y luego, con una llave de plata, abrió una gran puerta taraceada con maderas raras. Encendió unas luces escondidas en el techo y me hallé en una enorme sala redonda, cuyas paredes eran de rojo oscuro pompeyano, y que estaba llena de blancas figuras inmóviles.

- Mirad - me dijo Francisco de Azevedo, ésta es quizá la más rica colección de Venus que hay en todo el mundo. He querido reunir aquí, en fieles reproducciones, a todas las Venus que se admiran en las diversas partes del viejo mundo, en los museos y palacios. Aproveché mis estadas en las principales ciudades de Europa para ordenar a buenos artistas que me hicieran reproducciones de estas imágenes famosas de la belleza ideal. ¿Qué os parece?.

Reconocí a las estatuas más célebres de Afrodita que había visto en mis viajes: la Venus de Milo, la Venus de los Médicis, la Venus de Cirene, la Venus Capitolina, la de Cellini, la de Canova y muchísimas otras a las que no pude situar o no fui capaz de reconocer. Algunas estaban sin cabeza, otras sin brazos, pero todas mostraban el florecimiento de los senos, el suave escudo del vientre, la bien torneada perfección de las piernas.

Aquello era un espectáculo desconcertante y casi molesto, una asamblea de mujeres cándidas y desnudas, una junto a otra, algunas en actitudes lascivas, otras recogidas y púdicas, la mayor parte erguidas y soberbias, con aire de desafío y de ofrecimiento. Bajo la clara luz eléctrica aquel desfile inmóvil y cándido de cabelleras bien rizadas, de senos bien modelados, de caderas perfectamente curvadas, de brazos bien torneados, todo ello no inspiraba ninguna idea de amor o de excitación libidinosa, sino más bien una especie de extraña incomodidad que se parecía confusamente al pudor.

No sabía qué decir, y nada dije, hasta que finalmente volvió a hablar mi anfitrión.

- Comprendo su silencio. Usted ha captado en seguida lo que yo, por un instinto de defensa, capté muy tardíamente. Cuando en la sala de un museo contemplamos una de estas célebres Venus, aislada en su esplendor, tenemos la ilusión de estar frente a un milagro de belleza antigua. Cuando por vez primera vi en Roma, en el Museo de las Termas, a la Venus de Cirene, en la estrecha sala que ocupa ella sola, sentí el casto éxtasis causado por la perfección de la belleza. Pero, cuando más adelante pude reunir aquí, como en un templo secreto, a todas estas Venus, no volví a encontrar la alegría pura que me prometía. Esperaba que estos monumentos del eterno femenino me servirían de consuelo ante la vista real de seres degradados y contrahechos que estoy obligado a hallar todos los días. Pero las Venus, reunidas todas ellas, no me han causado la exaltación intelectual y no carnal que cada una de ellas, mirada durante unos pocos minutos, me había causado anteriormente. La multitud congregada de los cuerpos perfectos engendra la saciedad, y casi diría hasta la náusea.

»Durante estos años hice un doloroso descubrimiento. Las Venus, incluso las más afamadas y celebradas, son feas. La mujer es juzgada por nosotros bella en cuanto es una promesa de placer y de voluptuosidad. Pero si uno de nosotros, una vez anciano, equilibrado y sabio, supiese mirar a estas Venus con la misma fría imparcialidad con que un sabio zoólogo examina a un ejemplar común de la fauna terrestre, se daría cuenta de que también las Venus son animales que distan mucho de causar admiración y maravilla: esa pequeña probóscide que es la nariz, esa hendidura ferina que es la boca, esos dos abultamientos nutrientes que son los senos, esos glúteos indecentes que hacen pensar en la defecación... Pero no quiero insistir más. Quizás hice mal al hacerle ver estas hembras de mamíferos en mármol que los artistas han intentado transfigurar en armonía abstracta para compensarnos por las otras, mucho más repugnantes, que debemos ver cada día en carne y hueso. Perdone, míster Gog, y volvamos otra vez al salón para beber un poco más de Oporto».

Y Francisco de Azevedo concluyó diciendo

-A pesar de la colección de las Venus mi vida continúa siendo triste y desconsolada. Me veo obligado a aturdirme en los negocios así como otros se aturden en el juego o en la guerra.

Desde aquella velada no he vuelto a ver al negociante portugués, y no tengo deseo ninguno de verlo nuevamente.


Giovanni Papini

Y en un libro acerca del autismo...

jueves, marzo 03, 2005



Los más sanos, como los más locos de nosotros, nos colgamos como arañas de una tela tejida por nosotros mismos, oscuramente amarrada en el vacío y sacudida con fuerza por los vientos del cambio. Sin embargo esta frágil telaraña, a través de la cual muchos sólo ven el vacío, es el único artefacto duradero, la única firma auténtica de humanidad y su tejido es nuestra responsabilidad fundamental.

Geoffrey Vickers

Viceversa

miércoles, marzo 02, 2005

Tengo miedo de verte
necesidad de verte
esperanza de verte
desazones de verte.

Tengo ganas de hallarte
preocupación de hallarte
certidumbre de hallarte
pobres dudas de hallarte.

Tengo urgencia de oírte
alegría de oírte
buena suerte de oírte
y temores de oírte.

o sea,
resumiendo
estoy jodido
y radiante
quizá más lo primero
que lo segundo
y también
viceversa.


Mario Benedetti

Fatalité

martes, marzo 01, 2005